El regreso de Julio Cortázar

Si bien se fue a vivir a París en 1951, el vínculo del escritor con Latinoamérica no solo no se debilitó, sino que se fue fortaleciendo con los años.

Cuando un techo de nubes negras anticipaba la noche, Julio Cortázar arribó a Mendoza. Las montañas, que a esa hora parecían fantasmas inmóviles, se ocultaban detrás de la borrasca. El tren que llegaría de Santiago de Chile tenía que entrar en la plataforma 2, pero un convoy destinado a San Juan lo ocupaba. En medio del centenar de personas que subían, bajaban, discutían y se despedían, con un discreto paraguas y una sonrisa enternecedora, Osvaldo Soriano aguardaba la llegada de su amigo. Era el 11 de marzo de 1973.

“Quería conocer la cordillera, por eso vine en tren”, dijo Julio Cortázar al bajar. Mientras arrastraba su valija, encorvado por sus dos metros de altura, Cortázar le explicó a Soriano que había tenido once horas de viaje y que estaba bastante agotado. Tomó el tren solo, sin avisar más que a unos pocos amigos, y llegó como cualquier hijo de vecino a una provincia en la que vivió y que deseaba volver a mirar, para luego ir a Buenos Aires sin que nadie lo sorprendiese. En vísperas de la asunción presidencial de Héctor Cámpora, algunos intelectuales argentinos habían abandonado el internacionalismo por el populismo. Durante el reportaje que le realizó Soriano para un diario argentino, un Cortázar optimista analizó la situación política del continente, con todas las concesiones poéticas que creyó necesarias.

Cuando en Argentina se debatían los caminos a través de los cuales la literatura podía ser una forma de denuncia, Cortázar, a diferencia de la mayoría de sus colegas, exponía sólidamente sus convicciones políticas, que esencialmente circunscribía a la idea de “populismo latinoamericano”, sin que eso significase una abolición de las idiosincrasias nacionales. En ese sentido, le resultaba maravilloso que un uruguayo, por ejemplo, tuviera características tan diferentes a las que podía tener un colombiano o un mexicano. Y que eso nos enriquecía como conjunto, dándole a la literatura latinoamericana una vitalidad superadora: “Nosotros somos la suma de idiosincrasias diferentes, y eso es lo que explica el famoso y tan mal entendido boom”.

Desde que empezó con sus primeros viajes a Cuba, Cortázar fue un escritor que asumió una responsabilidad de tipo ideológico frente al panorama latinoamericano. Esa responsabilidad la ejerció, sobre todo, en la defensa de principios, pero no en procesos electorales o de luchas partidarias. También sostenía que la literatura, como cualquier otra actividad humana, seguiría dándose en los planos más diversos, incluso en los sectores militantes. “Usted sabe de sobra que la literatura es uno de los consuelos de la vida y un motivo de alegría”, le dijo con cierta complicidad a Soriano. En el epígrafe del cuento Reunión, Cortázar escribió que en uno de los momentos más críticos de su vida, cuando todo estaba en riesgo, el Che Guevara no se acordó de un texto de Lenin, sino de un cuento de Jack London.

Asimismo, Cortázar confesó su admiración por escritores como Osvaldo Bayer y Rodolfo Walsh, y reivindicó la literatura de testimonio, incluso en el caso de un best seller como A sangre fría, de Truman Capote. Curiosamente, esos libros comenzaban a ser asimilados a la literatura en alguna medida: “La gente los lee con criterios de literatura, prácticamente como si estuviera leyendo novelas, sin que lo sean. Por eso creo que eso es un arma formidable en América Latina”. Con cierta mordacidad, Cortázar afirmaba que, si bien en algunos casos las obligaciones llevaban a escribir eficazmente, la mayoría de las veces esterilizaba a la literatura y quitaba toda posibilidad de lucimiento: el escritor se perdía por adelantado.

Cortázar murió en París el 12 de febrero de 1984. Cuando se naturalizó como ciudadano francés, algunos periódicos señalaron con despiadada crueldad que se olvidaba para siempre de su país natal. Lejos de dejarse invadir por rumores, una vez más reafirmó su compromiso: “Mi condición de argentino la conservaré mientras viva, aunque yo he dicho muchas veces –y eso irrita– que yo me siento mucho más latinoamericano que argentino”.

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