Entrevista a Laura Kogan
Conversamos con la autora de la novela La clase de la tarde, una obra ambientada en los años noventa con muchos puntos de contacto con la Argentina actual.
Laura Kogan es una escritora que acaba de publicar su segunda novela La clase de la tarde, en la que cuenta la historia de una pareja que se va deteriorando en paralelo a un país sumido en una profunda descomposición social. Si bien fue escrito antes de la actual etapa política, al recrear los años 90 es inevitable que surja la analogía con estos días.
—Hablemos de estas historias de búsquedas y desencuentros que traman tu novela, y que son la constatación de la distancia que siempre hay entre los sueños y la realidad
—Es lo que le pasa, por lo menos, a Emilio que empieza en un estado medio indefinido de desasosiego, referido a cierto malestar en su trabajo, problemas en su matrimonio, y a que las cosas no le están saliendo del todo bien en una investigación. En ese estado de desasosiego, se le desacomodan sus expectativas con la realidad. Ahí es cuando empieza a tener ganas de estudiar algo que siempre había querido estudiar: los presocráticos. Se pone en campaña, encuentra un aviso en el suplemento cultural del diario -algo que la gente en ese momento todavía hacía: leer los diarios en papel-, y encuentra el aviso de un profesor. Ese es el inicio de la novela: él arranca su proceso de aprendizaje con el profesor y le van pasando todas sus peripecias.
—Al poner en el centro de su interés a los filósofos presocráticos, es una manera de constatar que las preguntas que nos hacemos hoy son de viejísima data
—Si, son las preguntas esenciales que refieren, en realidad, a toda la filosofía. Emilio, además, como es matemático, se asombra cuando empieza a estudiarlos porque ve cómo los presocráticos conocían las propiedades del triángulo, medían la altura y distancia de las pirámides egipcias. Él empieza a salirse de ese estado de desasosiego con el asombro de estudiar algo. Él quería estar acompañado en esa búsqueda, por eso la aparición del profesor. Ahí hay un trabajo que me interesó hacer en relación a los procesos de enseñanza y aprendizaje. Él necesita pensar, porque está metido en una cosa muy impulsiva. Lo narra él mismo en la novela, en primera persona.
—La relación entre el profesor de filosofía y Emilio, es casi como la de un analista con su paciente.
—Muy buena la observación que hacés. El profesor se queda bastante callado. Él está verborrágico y habla, y en realidad, en un momento transgrede la pauta de hablar de los temas que se propusieron estudiar porque le empieza a contar cosas de su vida y terminan haciéndose amigos. Es un espacio que resulta muy estable para Emilio, dentro de la locura en la que está viviendo. En el medio de todas sus penurias, Blas (el profesor) aparece como una figura que lo hace pensar.
—Tanto Emilio como Marta -su mujer- son personajes marcados por el desasosiego, pero que no están resignados, sino que están en la búsqueda de otra vida posible. No quisiste presentar dos criaturas derrotadas
—De alguna manera quise eso. Ellos se caen, con distintas modalidades, pero se levantan y sostienen la existencia, lo cotidiano. Hay valores que preservan. No se caen del todo, hay una lucha en ellos.
—¿Hubo peripecias o personajes del libro que no estuvieran previstos en el momento en que iniciaste la escritura?
—Lo que pasa es que todo fue muy azaroso. Cuando empecé a escribir yo tenía en mi cabeza el personaje de Emilio. Me lo imaginé matemático, sabía que era un personaje que quería estudiar a los presocráticos, que tenía un hijo con un problema, y no sabía nada más. Después lo fui inventando. Y prácticamente, de las cuatro partes del libro, la mitad es la historia de Emilio y lo que le sucede. Marta aparecía como una referencia de Emilio. Hubo un momento en que paré la escritura. La novela la empecé en 2018, después que terminé “Un barco”, la novela anterior. Fui sorteando las dificultades de ponerme en la cabeza de un varón. Y luego acontecieron otras dificultades, porque tenía que darle algún sustrato a las conversaciones con Blas; tenía que leer un poco de filosofía para sostener esas conversaciones. Cuando empiezo la segunda parte de la novela, y ya había pasado más de un año, me di cuenta que tenía que cobrar entidad el personaje de Marta, que tenía que existir por sí misma, con su propia subjetividad.
—La historia está contextualizada en los años 90, sin embargo, por esas vueltas de nuestra historia hay cosas que parecen actuales
—Sí, es triste cómo se reitera la historia de nuestro país. Cuando empecé a escribir la novela en 2018, no pensaba que íbamos a caernos de vuelta y volver a vivir una experiencia parecida. Fue completamente involuntario como se dio esta coincidencia con el presente.