cultura

Errores que se consideran verdades

Una equivocación no se vuelve acierto ni siquiera con la ayuda de los siglos. Muchas inexactitudes o embustes se han instalado como verdades en la imaginación humana.

Se ha dicho hasta el hartazgo que Fidipido, uno de los soldados de Maratón, corrió desde los campos de la famosa batalla a Atenas para llevar el parte de la victoria, cubriendo cuarenta kilómetros en dos días. Esa carrera es apócrifa. Fidipido fue enviado antes de la batalla y con destino a Esparta para anunciar la llegada de los persas y solicitar socorro. Y corrió doscientos cuarenta kilómetros en dos días, según la improbable afirmación del historiador Heródoto. El soldado que se dio otra carrera para llevar la noticia de la victoria y cayó muerto una vez transmitido el mensaje no pasó de ser una fantasía de los griegos.

Falsa y calumniosa es la historia de que Isabel la Católica juró no cambiarse de camisa hasta tanto la conquista de Granada fuese un hecho. En cambio, parece comprobado que quien así juró fue Clara Eugenia Isabel de Austria, fijando como término de su promesa el que sus tropas pusieran fin al asedio de Ostende (que duró tres años). Asimismo, los que por presumir de algo se ufanan de su anticlericalismo, insistieron incansablemente que Miguel Servet pereció en la hoguera por haber descubierto la circulación de sangre. Sin embargo, Servet no fue víctima de sus convicciones científicas, sino de sus creencias religiosas; fue víctima del fanatismo inconcebible de Calvino, quien lo hizo quemar vivo en octubre de 1553, en un suplicio que duró varias horas porque la leña de la hoguera estaba húmeda. Lo más curioso es que lo quemaron junto a uno de sus libros, Christianismi restitutio, que no era precisamente un tratado de fisiología.

Es inexacto que el doctor Guillotin inventase el cruel dispositivo que llevara su nombre, y más aun que pereciese bajo su cuchilla. Nadie sabe quién inventó la guillotina. Lo cierto es que, en Italia, en el siglo XVI, se conoció algo muy parecido llamado mannaia. La primera guillotina francesa fue obra de Schmidt y Clairin. El primero que la ensayó fue el doctor Louis, con unos inocentes carneros. El doctor Guillotin se limitó, en 1789, a pedir un género de suplicio igual para todos los reos. Y la Asamblea Nacional, cuatro años después, admitió el aparato que fuera presentado por Louis. Por eso, al principio, la guillotina se llamaba louisette. Guillotin nunca pudo asimilar que el terrible artefacto llevara su nombre.

No es cierto que Robert Lewis, el capitán piloto del B29 que lanzó la primera bomba atómica de la historia en Hiroshima, ingresase luego —alterado y arrepentido— a un convento trapense, según reveló la prensa. Lewis, al finalizar la guerra, volvió a su empleo como jefe de personal de una fábrica de confitería en Nueva Jersey, proveedora de bombones y chicles de los cinematógrafos de la periferia neoyorkina. En los intervalos del trabajo, más que compungido parecía contar sus historias con un brillo de espantoso orgullo en los ojos.

No pasa de ser una leyenda que las personas suban a la superficie tres veces antes de ahogarse. En trance de la dramática situación, suelen subir a la superficie incluso las personas que no saben nadar, pues los cuerpos humanos pesan poco más que el agua y los movimientos instintivos y desesperados les permiten subir. Pero, cuando el agua llega a colmar sus pulmones y el estómago, los cuerpos aumentan de peso y se hunden.

Por regla general, los oasis son mucho más extensos de lo que suele creerse. Hay oasis tan extensos que un día no bastaría para atravesarlo de un extremo al otro. Los oasis son formados por el proceso de la erosión eólica y su proximidad a las fuentes o manantiales. Son pequeños asentamientos habitados que sirven para abastecer a los pobladores cercanos, viajeros y caravanas. En los oasis, los viajeros descansan y se abastecen de agua y comida para cruzar el desierto.

La afirmación a propósito del centellar de las estrellas no es más que una expresión poética. Cierto que cualquier fuente de luz puede centellear, pues cuando la producción de aquella aumenta o disminuye su intensidad varía en la misma proporción. No obstante, cuando esos rayos penetran en nuestra atmósfera, es posible que se retrasen algunos en relación con otros y entonces tiene lugar el fenómeno de interferencias, que también se observa en las ondas sonoras y en la superficie del agua: de allí el aparente centelleo de las estrellas.

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