cultura

Grandes disputas hereditarias

El grabado Flammarion apareció en la tercera edición del libro del astrónomo francés.

La captación de herencias en los lechos de los enfermos constituía, en la Antigua Roma, una auténtica profesión. En ese sentido, Séneca afirmaba que los que la ejercían “acechaban como buitres al ­cadáver”.

Ante un tribunal londinense, compareció una mujer bajo la inaudita acusación de haber destruido el testamento de una hermana suya porque esta la había instituido heredera universal de sus bienes. La actora confesó que había quemado, poco después de recibirlo, el documento en el que contenía la última voluntad de su hermana y en el que ella era nombrada como única heredera. “Me parece injusto este testamento —declaró ante el juez— porque tenemos varios hermanos que han sido desheredados”. El “delito” no se descubrió hasta que murió la causahabiente. La hermana no consiguió realizar sus propósitos porque existía una copia del testamento depositada en casa del notario. Por esta razón, el tribunal pudo prescindir de “castigarla” y limitarse a condenarla a la aceptación de la herencia.

Una lúgubre historia es la condesa que, admiradora de Camille Flammarion, le legó al morir la piel de sus hombros (blancos y magníficos que el astrónomo admiraba extraordinariamente). Por deseo de la difunta, Flammarion debía encuadernar con ella el primer volumen de su obra Cielo y Tierra. Cumplió el deseo y las cubiertas del libro fueron decoradas con estrellas de oro, a imagen del cielo estrellado que la condesa y él habían admirado juntos.

Noticias Relacionadas