Historia de un hombre rebelde

Albert Camus es uno de los grandes clásicos del siglo veinte, nació en Africa, pero se convirtió en uno de los autores franceses más emblemáticos.

He nacido pobre, bajo un cielo feliz, en una naturaleza con la que uno se siente de acuerdo, no en hostilidad”, dijo Albert Camus, quien nació en Mondovi el 7 de noviembre de 1913, cuando Argelia era una colonia francesa. Cuando tenía un año, su padre murió y con su madre, sorda y analfabeta, se trasladaron a Argel, a la casa de la abuela materna. Vivió en un barrio pobre y padeció todas las enfermedades de la pobreza, incluyendo la tuberculosis. De temprano, supo lo que es salir a trabajar para ganarse el pan de cada día: “Yo he crecido con todos los hombres de mi edad, con los tambores de la Primera Guerra, y nuestra historia, desde entonces, no ha cesado de ser crimen, injusticia o violencia. Pero el verdadero pesimismo, con el que se encuentra uno, consiste en insistir sobre tanta crueldad e infamia. Jamás he cesado, por mi parte, de luchar contra este deshonor y no odio más que a los crueles. En lo más negro de nuestro nihilismo busqué únicamente razones para superar este nihilismo. Y, por otra parte, no por virtud ni por una rara elevación del alma, sino por fidelidad instintiva a una luz en la que he nacido y en la que, desde hace miles de años, los hombres han enseñado a saludar a la vida hasta en el sufrimiento”.

Gracias a una beca que recibían los hijos de las víctimas de la guerra, pudo comenzar a estudiar. Comenzó a familiarizarse con los libros –de los que careció por completo su infancia– y recibió el estímulo de algunos profesores, entre ellos, Louis Germain, a quien dedicaría su discurso al ganar el Premio Nobel de Literatura en 1957. En 1940, se instaló en París donde escribió todas sus obras. A los 22 años escribió su primer libro de ensayos –Metafisica cristiana y neoplatonismo–, a los 29, su primera novela –El extranjero– y dos años después iniciaría su obra teatral con Calígula. De muy joven comenzó a obsesionarlo el tema del suicidio y, en El mito de Sísifo –un libro de 1942–, dijo que es el único tema filosófico verdaderamente serio.

Afirmó que: “Para un hombre sin anteojeras, no hay más hermoso espectáculo que el de la inteligencia en lucha con una realidad que la sobrepasa. El espectáculo del orgullo humano es inigualable”. Su brillante inteligencia lo llevó a involucrarse en fuertes polémicas de su época –en una de ellas, tuvo de contrincante nada menos que a Jean Paul Sartre–. Fue el jefe de redacción del periódico Combat, uno de los principales órganos de la Resistencia contra el nazismo; bregó por la liberación de Argelia, veía en Gandhi al ejemplo de luchador revolucionario y a él dio su completa adhesión. Se opuso tenazmente a la pena de muerte, para Albert Camus, en toda circunstancia, la vida es sagrada. Nadie tiene derecho a matar, ni siquiera en nombre de la justicia. Ponía la moral por encima de la política. En 1950 escribió: “La tragedia de nuestra generación es la de haber visto, bajo los falsos colores de la esperanza, cómo se superponía una nueva mentira a la antigua. Por lo menos, ya nada nos obliga a llamar salvadores a los tiranos y a justificar el asesinato del niño por la salvación del hombre. Nos negaremos así a creer que la justicia pueda exigir, incluso provisionalmente, la supresión de la libertad. Las tiranías dicen siempre que son provisionales. Se nos explica que hay una gran diferencia entre la tiranía reaccionaria y la progresista. Habría así campos de concentración que van en el sentido de la historia, y un sistema de trabajos forzados que suponen la esperanza. Suponiendo que eso fuese cierto, podría uno preguntarse al menos sobre la duración de esta esperanza. Si la tiranía, incluso progresista, dura más de una generación, ella significa para millones de hombres una vida de esclavo y nada más”.

Ejerció durante muchos años el periodismo y lo entendía como un oficio que consiste en definirse todos los días frente a la actualidad. Según él, la literatura era una curiosa manera de acercarse a los demás seres humanos: “El arte no es a mis ojos un gozo solitario. Es un medio para conocer el mayor número posible de hombres ofreciéndoles una imagen privilegiada de los sufrimientos y de las alegrías comunes”. Su novela La peste marca el pasaje de una actitud revolucionaria en soledad al reconocimiento de una comunidad de cuyas luchas consideraba imperativo formar parte.

Luego de ganar el Premio Nobel –a los 44 años–, alternaba sus días entre París y su casa de campo en Lourmarin, con su mujer y sus dos hijos. Murió a los 46 años, en un accidente automovilístico, en una pequeña localidad francesa. Viajaba junto a su editor –Gallimard– en un auto que chocó con un árbol. Tenía 46 años. Junto a su cuerpo, se encontró el original de El primer hombre, la novela que no alcanzó a terminar, y que recién se publicaría 33 años después de su muerte.

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