Horacio Ballester, un militar que denunció a la dictadura
Fue un coronel singular, formado en el peronismo y profundamente consustanciado con los valores democráticos y antiimperialistas.
Fue un coronel fuera de serie. Fundador y expresidente del Centro Militares para la Democracia (Cemida), que desde 1984 exigió incansablemente la transformación de las instituciones militares y del juzgamiento de los crímenes perpetrados durante la última dictadura, así como se permitió cuestionar las imposiciones imperialistas y el ajuste neoliberal del menemismo. Por otra parte, su rebeldía de cuestionar sin rodeos le significó muchas veces la cárcel, arrestos disciplinarios, persecuciones e incluso un grave atentado terrorista.
En 1943, Horacio Ballester se unió al Ejército argentino como infante y se hizo peronista siete años después, cuando conoció personalmente a Juan Domingo Perón, quien años después lo nombraría comandante en jefe de las tropas argentinas.
En 1966 participó del golpe contra el gobierno constitucional de Arturo Illia, algo que luego calificaría como un “tremendo error”. No obstante, empezó a cobrar notoriedad a partir de octubre de 1971, cuando se levantó en armas contra el general Alejandro Lanusse –el entonces presidente de facto–, en los recordados sucesos de las ciudades de Azul y Olavarría, donde los rebeldes, a través de proclamas, se manifestaban a favor de lograr la unidad pueblo-Ejército. Aquella insurrección le valió ser dado de baja y la cárcel, pero una amnistía, dictada tres años después, le restituyó su grado militar.
A partir de una perspectiva lúcida sobre cómo funcionaba el mundo que se venía, en su libro Proyecciones geopolíticas hacia el tercer milenio Ballester advirtió que el proyecto socioeconómico liberal que intentaba instalarse, incluso por la fuerza, en nuestro país no tuvo éxito ni futuro en ningún otro (ni siquiera en los del llamado primer mundo). Esta idea provino de otra segunda tesis, según la cual, a través de la historia, nunca la solución de los problemas de los pueblos nació de conveniencias imperiales y que, por lo tanto, la única alternativa que tenían los países latinoamericanos era unirse en una patria grande, aunque en una primera etapa solo tuviesen miserias que aportar.
Sostenía que a las Fuerzas Armadas se las había destinado a servir al imperio mediante la represión a su propia población, al llamado “enemigo interno”, a través de la lucha contra el narcotráfico o al servicio de las funciones que cumplen las Naciones Unidas. Por otra parte, Ballester criticó severamente la Guerra de Malvinas, y siempre adjudicó el final de la dictadura “a la resistencia de la población después de tantos años de desapariciones, secuestros y ahogo económico”.
En 1985, declaró en el juicio a las juntas militares y luego lo hizo en decenas de juicios por crímenes de lesa humanidad, interviniendo como perito en la revelación de ciertos detalles de la organización castrense que, amparada por la deleznable “doctrina de la seguridad nacional”, aplicó de manera sistemática el terror y la persecución de opositores al régimen.
Tras la vuelta democrática, Ballester junto a coroneles retirados como José Luis García, Carlos Gazcón y Gustavo Cáceres, entre otros, se agruparon para dar nacimiento al Cemida.
El camino de la justicia social
“Si las Fuerzas Armadas no tienen hipótesis de conflicto, lo mejor que puede hacerse con ellas es cerrarlas o disolverlas”. Eso dijo Ballester al explicar que la función que históricamente se les asignó fue constituirse en elemento disuasorio contra el enemigo exterior. Por otra parte, las hipótesis de guerras regionales, como las que habían existido hasta la Segunda Guerra Mundial, le parecían absurdas, “pues serían el enfrentamiento entre hermanos latinoamericanos”.
Ballester también participó de misiones de la Organización de Estados Americanos (OEA) para investigar crímenes masivos de población civil en países centroamericanos. Alguna vez se definió como un militar de izquierda: “Tan a la izquierda como haga falta para que en la Argentina y en Latinoamérica llegue la justicia social”. Murió el 28 de octubre de 2015.