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La actriz que enloqueció de amor a Carlos Gardel

Se llamaba Blanca Negri, era bailarina, vedette y actriz española. Arrasó con el corazón de grandes personalidades, entre ellas el Zorzal Criollo.

Nació en Villafranca del Bierzo, España, en 1909, con el nombre de María de la Paz Díaz de Liaño, pero su carrera de actriz comenzó a los 14 años, en Francia, donde subió por primera vez a un escenario a cantar zarzuelas e hizo un número de musical norteamericano. Luego de la actuación, un hombre atildado, con gran desenvoltura, les dijo a los padres de la actriz: “Si me dejan a la niña, se la devuelvo millonaria y famosa dentro de cinco años”. Los padres se opusieron. María de la Paz no dio palabra, pero había tomado una decisión inquebrantable. Huyó a Francia escondida en el baúl del auto del hermano mayor de un amigo. El benefactor era dueño de varios teatros, en Francia y en Barcelona. Al poco tiempo, María de la Paz ya era Blanca Negri, y aparecía en las principales revistas parisinas de espectáculos. El éxito obtenido en Francia se replicó de inmediato en España.

En 1929 tuvo su primera incursión cinematográfica en Déjate de amigos, una película muda dirigida por Juan Estiaste, y se alzaría al estrellato en la pantalla grande el 13 de enero de 1936 con el estreno de la comedia La hija del penal, que interpretó junto a Antonio Vico, bajo la batuta de Eduardo García Maroto, considerado como uno de los mejores directores de la época. La película fue un éxito no solo en España, sino en toda Latinoamérica. Su siguiente proyecto cinematográfico fue Nuestra Natacha, pero la Guerra Civil interrumpió la filmación y lo grabado sería destruido después por orden del gobierno de Franco, bajo la acusación de “sucia propaganda comunista”.

Blanca Negri estaba actuando en un teatro de Barcelona cuando conoció a Carlos Gardel. El cantor argentino amaba esa ciudad catalana, donde solía pasar algunas temporadas. Aquel día, a la tarde, había ido a ver la final de la Copa del Rey entre Barcelona –equipo del que era socio honorario– y la Real Sociedad. A la noche fue al teatro, y allí la conoció a ella. Blanca tenía 18 años. El encuentro en el camarín fue el comienzo de una tórrida relación. En una carta a un amigo, Gardel –nueve años mayor que ella– la describe como “una pícara morena menudita”. Según el testimonio de Adolfo Tuñón, bailarín de tango e hijo del poeta Raúl González Tuñón, “Blanca Negri enloqueció por completo a Gardel”. Ella aprendió de memoria Mi noche triste, y soñaron alguna vez hacer un espectáculo juntos, pero ambos sabían que esa pasión que vivían estaba condenada a disiparse con el tiempo.

Al poco tiempo de conocer a Gardel, Blanquita inició un romance con el mayor cuadro del anarquismo español que moriría al comienzo de la Guerra Civil Española, Buenaventura Durruti. La actriz y el revolucionario solían encontrarse en un reservado del Pompeya Hollywood Dancing, donde tomaban el mejor cava Veuve Cliquot. Ella creía en la verdad de las ideas de él, pero no quiso dar el salto a la militancia, entrar de lleno en el terreno de la acción que le proponía el anarquista, que tenía entre sus planes hacer volar por los aires al rey Alfonso XIII y luchar contra las bandas armadas financiadas por los empresarios.

La bella no se quedó ni con Carlos Gardel ni con Buenaventura Durruti, la diva de los ojos brillantes como gemas estaba en una búsqueda cuyo sentido parecía no terminar de ­desentrañar y en cuyo final no pensaba. Las películas que protagonizó le habían hecho ganar un lugar en las preferencias del público latinoamericano. Empujada por la insoportable medianía de los años franquistas, Blanca Negri decidió visitar los países del sur. En 1942 tuvo un protagónico en la película chilena Un hombre de la calle.

De regreso a España se radicó en Barcelona. El franquismo la dejó marchitarse en el olvido. Sobrevivir no le resultó fácil, la pérdida del éxito le acarreó el alejamiento de muchos de quienes hasta ayer se decían amigos y admiradores. En los años 70 se podía leer en el diario local un aviso en el que promocionaba sus clases como profesora de canto y guitarra. La muerte le llegó el 18 de julio de 1988 en Madrid, una tarde de cielo negro, bajo una tormenta de recuerdos.

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