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La grieta entre Hollywood y Charles Chaplin

La Academia cinematográfica estadounidense siempre tuvo una relación conflictiva con el gran Carlitos, por sus convicciones políticas y su fuerte personalidad.

Fue en el Queen Elizabeth, el barco que lo llevaba a Inglaterra en 1952, cuando Charles Chaplin se enteró de que no podía regresar a los Estados Unidos, porque había pasado a formar parte de la lista de prohibidos. El FBI había llegado a la conclusión de que el genial actor y creador era un “agente comunista”. El director de la Agencia, Edgar Hoover, había presentado la denuncia ante el Servicio de Inmigración y Naturización. Entre los argumentos de la acusación, figuraba que Chaplin se había negado a vender bonos de guerra en apoyo al Ejército de los Estados Unidos.

Veinte años después del destierro, Charles Chaplin fue recibido con honores por el alcalde de Nueva York, John V. Lindsay, y la Academia de Artes y Ciencias lo distinguió con un premio por su trayectoria. Chaplin tenía por entonces 83 años y miraba el mundo con una sonrisa cansada.

En 1917 había estrenado Carlitos inmigrante, un cortometraje mudo actuado y dirigido por el propio Chaplin, en el que un vagabundo llega en barco a los Estados Unidos —tal había sido su caso—, es acusado falsamente de robo en el viaje y termina haciéndose amigo de la supuesta víctima a quien, en realidad, había querido ayudar, poniéndole dinero en el bolsillo. Esa película que, en 1998, sería considerada por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos una de las más significativas de la historia del cine; reflejaba con humor despiadado y tierno las tribulaciones de los inmigrantes en Norteamérica, que el propio Chaplin sufrió en carne propia.

Hollywood había premiado a Chaplin una sola vez, por su película El Circo. Entre los considerandos del premio, figuraba el reconocimiento a “la versatilidad y genio de Charles Chaplin para escribir, actuar, dirigir y producir”. Después, a medida que el creador inglés fue cobrando fama y aprovechaba ese lugar de preeminencia para dar su visión sobre el mundo, ya no hubo más premios. Auténticas obras maestras como Luces de la ciudad o Tiempos modernos, no fueron siquiera candidateadas para el Oscar. El gran dictador, si fue ternada —por las actuaciones, libreto y partitura musical—, pero no se le concedió ninguno de los premios.

Charles Chaplin tenía 23 años cuando decidió radicarse en Estados Unidos —doce años después de que se creara el primer estudio de Hollywood—. En ocho años, filmó todos los cortometrajes que lo convertirían en una celebridad mundial y fundó el sello Artistas Unidos, junto a Mary Pickford, Douglas Fairbanks, D.W. Griffith. Desde un comienzo se advertía en sus películas un soterrado alegato social: las risas eran arrancadas por bromas hechas a costa de los patrones, gente adinerada o la policía.

En 1932, escribió el guión de lo que sería Tiempos modernos, una sátira contra la mecanización impuesta por el sistema capitalista de producción, la alienación provocada por el trabajo y el envilecimiento de las relaciones humanas. Es la primera película en la que se puede escuchar la voz de Charles Chaplin, en una escena en la que aparece cantando en un bar.

Fue el primero en atreverse a poner Adolf Hitler como personaje de una película. Fue en El Gran Dictador, de 1940, que se constituyó en su primera película sonora. Las dictaduras fueron de las grandes preocupaciones de Charles Chaplin. En Monsieur Verdoux, un personaje dice: “Guerra, conflictos… todo es negocio. Un crimen hace a un villano; millones, a un héroe. Las cantidades santifican”. Todas esas señales dispersas en sus películas y que aluden a una ideología que no se condecía con la esperada por el sistema político norteamericano cimentaron su fama de “subversivo” y explicaban que Chaplin jamás quisiera adoptar la nacionalidad estadounidense: “Si alguna vez yo llegara a tomar papeles de ciudadanía, lo haría en Andorra, el país más pequeño e insignificante del mundo”. El propio Carlitos explicó cuál fue la clave de esa relación tan conflictiva: “Mi prodigioso pecado fue ser un inconformista. Aunque no soy comunista, me he negado a acatar la línea de odiar a los comunistas. Esto, desde luego, ha ofendido a muchos, incluyendo a la Legión Americana”.

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