cultura

Los mayores engaños de todos los tiempos

Los impostores también tuvieron su lugar en la historia.

La historia antigua registra numerosos casos de impostores. Lo cierto es que al rey Enrique VII de Inglaterra le interesaba tener encerrado en la torre de Londres al duque de Warwick, una de las figuras que más nombradía alcanzó durante la guerra de las Dos Rosas. Aquella prisión, puesta en duda por muchos, dio lugar a la sucesiva aparición de dos impostores que pretendieron hacerse pasar por el duque. Al primero le cortaron la cabeza, pero el segundo, llamado Simmel, cayó en gracia y solo fue condenado a servir de pinche en las cocinas del palacio. Por cierto que Enrique VII, para cortar vuelo a los nuevos impostores, sacó un día de su prisión al duque de Warwick y lo hizo recorrer las calles de Londres para convencer al pueblo de que el suplantado vivía.

Uno de los mayores engaños de todos los tiempos fue cometido en Londres, en 1704, por un aventurero francés llamado George Psalmanazar, que se hizo pasar por oriundo de Formosa, tierra que ni él ni ningún inglés había visitado. El impostor, dotado de gran ingenio, escribió varios libros sobre el extraño país, su lengua, sus costumbres, su geografía e historia. Tan completa y convincente fue su labor que, cuando, treinta años más tarde, el impostor confesó la verdad fueron muy pocos los contemporáneos que creyeron en la declaración tardía.

En 1910, surgió en San Petesburgo una mujer casquivana que, con osada impudicia, se presentaba como la “madre encarnada de Dios”. Las turbas comenzaron a seguir a la Madona que sanaba a los enfermos y consolaba a los afligidos, rociándoles con agua de río o simplemente tocándolos. El clero y algunos órganos gubernamentales emprendieron una campaña en contra de ella, que cesó de repente: la policía explicó a los impávidos periodistas que no era posible arrestar a la mujer porque la protegía y había honrado la emperatriz de Rusia.

Varios años después, la Madona continuaba su propaganda descocada hasta que uno de sus visitantes —persona de notable relevancia política— fue robado. Las indagaciones demostraron que la “mano alzada para bendecir” había tomado parte activa en el robo. El caso no pasó a tribunales, pero la Madona se vio obligada a irse de la capital.

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