Cultura
La Guerra de Malvinas en la literatura
La literatura de ficción de nuestro país se ha hecho cargo en muchas oportunidades de uno de los episodios más traumáticos de la historia argentina.
La literatura, con su capacidad de penetrar los intersticios de la realidad, ha permitido revelar dimensiones veladas y sombrías de una de las etapas más sangrientas y desgarradoras de nuestra historia, mostrando, incluso, las sombras que esa época ominosa sigue proyectando en la actualidad y que ya constituyen parte de nuestra identidad.
“Algunos recordamos ese día en que las islas se habían vestido de blanco para nosotros y comprendimos lo que habían querido decirnos: que era más serio de lo que pensábamos, más definitivo y final: que estábamos casados con ellas”, escribió Carlos Gamerro en Las Islas. Cuando aún estaba escribiendo la novela, que tiene como trasfondo la Guerra de Malvinas, quiso entrevistar a algunos soldados que habían participado en ella. Su mayor dificultad fue tratar de dialogar con aquellos a quienes la guerra había vuelto irremediablemente lacónicos, seres calcinados por el dolor que lo miraban como si supieran la imposibilidad de hacerse entender, de encontrar palabras que significaran lo mismo para los dos interlocutores.
En la historia de esa guerra quedan inmensos terrenos inexplorados, postergados, ocultos o definitivamente desaparecidos. En aquella época, la Guerra de Malvinas fue un huracán, cargado más de sensaciones que de razones. La literatura siempre trata de adentrarse en lo que está más allá de las apariencias, lo que yace en las profundidades, esa zona donde nace la herida y el misterio, y crear de inmediato una sensación de nostalgia por lo leído. Hay varios ejemplos de esta indagación en profundidad.
Rodolfo Fogwill trabajaba aún en la agencia de publicidad del hijo del general Roberto Viola cuando, durante abril de 1982, su madre, que miraba televisión, le dijo: “¡Nene, hundimos un barco!”. Cuenta Leila Guerriero que entonces Fogwill se encerró en su cuarto y escribió aquello de “que no era así, le pareció. No amarilla, como crema; más pegajosa que la crema. Pegajosa, pastosa. Se pega por la ropa, cruza la boca de los gabanes, pasa los borceguíes, pringa las medias”, que fue el principio de Los Pichiciegos, una de las novelas más emblemáticas sobre Malvinas, a la cual se le adjudica un carácter anticipatorio: cuando la escribió, Fogwill no tenía cómo saber que Argentina terminaría por rendirse ante Inglaterra.
Reconstruir una historia es una tarea difícil, y mucho más esta. El régimen de los militares argentinos, que venía vacío de consenso, gozó de una efímera adhesión popular tras haber anunciado el 3 de abril de 1982, a través de un comunicado del general Leopoldo Fortunato Galtieri, lo siguiente: “Compatriotas, hemos recuperado, salvaguardando el honor nacional, sin rencores, pero con la firmeza que las circunstancias exigen, las islas australes que integran por legítimo derecho el patrimonio nacional. El paso que acabamos de dar se ha decidido sin tener en cuenta cálculo político alguno”. En ese marco, la literatura resignificó una derrota, tan lapidaria como sistemáticamente ocultada por los militares, de un modo desacralizado, corrosivo y desafiante contra el relato oficial.
Martín Raninqueo tenía 19 años cuando fue alistado para batallar en el archipiélago austral, en abril de 1982. Cuando terminó el secundario, no imaginaba que iba a ir a una guerra, y menos aún con sus amigos del barrio. Cuenta que hay una imagen crucial que terminó siendo un pequeño poema en su libro Haikus de guerra, que es la imagen de ellos mismos abandonando la isla: ”Nos íbamos retirando de Puerto Argentino en tandas en embarcaciones pesqueras que nos llevaban hasta el Canberra (un transatlántico inglés utilizado al final de la guerra para llevar al grueso de los prisioneros argentinos). Recuerdo la cara de esos chicos que habíamos dejado de ser”.
No obstante, Raninqueo insiste en no querer ser visto como un excombatiente que escribe: “Yo soy un hombre, autor de canciones y algunos poemas que ha vivido y padecido una guerra. Yo sentía que tenía que volver a abordar Malvinas, pero primero debía seguir formándome como artista para no bastardear el tema. Por eso Haikus de guerra aparece a mis 45 años de edad”.
Apenas algunos ejemplos de escritores que no permitieron que la memoria cerrara una de sus puertas, la que da hacia una de las realidades más ominosas de nuestra historia reciente, e intentaron, desde la creación, interrogarse –e interrogarnos– sobre esa herida que somos desde entonces, esa guerra a la que sobrevivimos como fantasmas.