Cultura

La película El ciudadano, según Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato

La ópera prima de Orson Welles, considerada una de las mayores obras de la historia del cine, mereció la crítica de dos grandes escritores argentinos al poco tiempo de su estreno, en 1941.

El ciudadano narra la vida del magnate Charles Foster Kane, un hombre enfermo de poder que se hace propietario de la mayor cadena de medios de prensa. La dimensión shakespeariana del personaje no podía pasar desapercibida para dos escritores argentinos que solían ver y analizar películas.

Jorge Luis Borges, quien hacía críticas de cine cuando se estrenó Citizen Kane, vio en la película dos argumentos, uno casi banal: “Un vano millonario acumula estatuas, huertos, palacios, piletas de natación, diamantes, vehículos, bibliotecas, hombres y mujeres” y descubre, en el instante de la muerte, que todo es vanidad, y “anhela un solo objeto del universo: ¡un trineo debidamente pobre con el que en su niñez ha jugado!”.

El segundo argumento es superior, y de resonancias kafkianas: “El tema (a la vez metafísico y ­policial, a la vez psicológico y ­alegórico) es la investigación del alma secreta de un hombre, a través de las obras que ha construido, de las palabras que ha pronunciado, de los muchos destinos que ha roto”. En esta segunda interpretación, Orson Welles exhibe fragmentos de la vida del hombre Charles Foster Kane y nos invita a combinarlos y a ­reconstruirlo.

Advierte muchas inconexiones en la película: “Las primeras escenas registran los tesoros acumulados por Foster Kane; en una de las últimas, una pobre mujer lujosa y doliente juega en el suelo de un palacio, que es también un museo, con un rompecabezas enorme. Al final comprendemos que los fragmentos no están regidos por una secreta unidad: el aborrecido ­Charles Foster Kane es un simulacro, un caos de apariencias”. Según Borges, la película es un laberinto sin centro.

Elogia la fotografía, de admirable profundidad, pero no impide que la película adolezca “de gigantismo, de pedantería, de tedio. No es inteligente, es genial: en el sentido más nocturno y más alemán de esta mala palabra”. Solo a Borges podía ocurrírsele la palabra “genial” como crítica corrosiva.

Muchos años después, en una entrevista televisiva de 1983, Orson Welles dijo: “Siempre supe que al propio Borges no le había gustado. Dijo que era pedante, que es una cosa muy extraña de decir al respecto, y que se trataba de un laberinto. Y lo peor de un laberinto es que no hay manera de salir. Y esta es una película de laberinto sin salida. Borges es medio ciego, nunca olvides eso.

Pero ¿sabes? Yo podría entender que él y Sartre simplemente odiaban a Kane. En sus mentes, ellos veían –y atacaban– algo más. El problema son ellos, no mi obra”.


Por su parte, Ernesto Sábato, en el número 17 de la revista Conducta (junio de 1941), calificó de romántica la película de Welles, por su gusto por lo desmesurado, y le critica cierta grandilocuencia y efectos rebuscados y teatrales. No obstante, dice haberse emocionado profundamente al verla: “ Lo único que puedo decir es que hay en esta obra de arte (como en todas, naturalmente) algo inefable, algo que escapa y es inaprehensible.

Qué se yo dónde está el secreto de El ciudadano: de pronto pasan formas misteriosas que reconocemos son, como en los sueños, fantasmas sutiles de cosas conocidas (Eisenstein, los expresionistas, John Ford), pero que no son justamente ellas, o solamente ellas”. Señala que la técnica de Orson Welles es no tener técnica: “Lo que pasa es que tiene una opinión muy diferente a la que tienen los técnicos sobre quién es el personaje central: en un momento dado puede serlo una palabra, Rosebud, y esa palabra debe ser colocada, sola e impresionante, en medio de la escena, sin elementos accesorios que puedan distraer la atención, plenamente iluminada”.

Le gusta a Sábato el misterio central del personaje construido por Welles: “Nadie parece saber lo que este hombre quiere en su vida. Pero, qué gracia: si él tampoco lo sabe. Cuando grita Rosebud, mientras aprieta en su mano de agonizante el juguete de nieve que recuerda su infancia, ahí descubre un poco la clave de su vida. O, mejor, descubre que no descubrió jamás la clave de su vida. Porque el deseo de retrotraerse a la infancia, como el de alejarse en el tiempo y en el espacio de lo que se vive, es un signo de fracaso”.

Ve confirmada en la película su certeza de que jamás se puede aprehender lo más hondo del espíritu humano: “Este es como los sueños, que parecen tener una forma clara mientras los observamos de soslayo (por decirlo así), sin que ellos se den cuenta de que se los quiere sorprender, pero que se vuelven invisibles y melancólicamente imprecisos en cuanto se los quiere concretar en vocablos y en imágenes”.

Que estos dos escritores comentaran la película no bien se estrenó, demuestra que vieron en ella lo que muchos contemporáneos no alcanzaron a vislumbrar –la película no recuperó en taquilla su costo de producción–, pero que el tiempo confirmaría: es uno de los momentos más altos de la historia del cine mundial.

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