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El día que Néstor Kirchner llamó a Carlos Polimeni

El prestigioso periodista gráfico y radial acaba de publicar un libro que cuenta sus encuentros con algunas de las mayores personalidades de la política, la cultura y el deporte.

El día que Néstor llamó es el título del libro que Carlos Polimeni acaba de publicar en edición de autor –por lo cual, aquel que quiera adquirirlo tiene que contactarse con él vía correo electrónico–un libro donde se revive, entre otras historias, una noche con Diego Maradona, un cumpleaños de Jorge Luis Borges, un regalo de Juan Gelman, el apetito de Cipe Lincovsky y el día que lo llamó el expresidente. Este periodista, escritor, docente, conductor de radio –entre muchos otros oficios– de origen mendocino conversó en exclusiva con diario Hoy.

—Sin perjudicar el suspenso de la historia ni spoilear su contenido, ¿qué pinceladas podrías dar para recrear la atmósfera en la que sucedió la llamada de Néstor Kirchner?
—Es una historia que yo no había contado nunca hasta ahora, porque tiene que ver con cierta intimidad. Aunque apenas crucé algunas palabras con Néstor Kirchner en distintas circunstancias, un día, cuando aún era presidente de la Nación y ya había decidido que dejaría de serlo y no se presentaría a las elecciones, yo había publicado en un diario en el que escribía entonces que el tipo estaba “loco”, porque solamente a un loco se le podía ocurrir no renovar el mandato presidencial cuando tenía una aprobación altísima en su gestión, y comparé su locura con la de otros, por ejemplo, las “locas” de Plaza de Mayo, y hablé también en esa nota del mundo de los cuerdos, que de tan cuerdos hacen el mundo que tenemos, y cómo a veces solo los locos cambian el sentido de la historia. Entonces, a las 6:55 de un domingo, sonó el teléfono de casa, me avisaron que iban a llamarme y apareció un tipo que, efectivamente, cual si estuviera loco, pasado de revoluciones, me llamaba desde Olivos y tan temprano. Néstor Kirchner ya se había despertado, había desayunado, reunido con un equipo de trabajo, leído los diarios, corriendo en una cinta y llamando a personas de acuerdo a cosas que le sugerían la lectura de los diarios.

—Hablanos del regalo que te hizo Juan Gelman.
—El destino quiso que, cuando yo era un bebé recién nacido, Juan Gelman parara en la casa de mis padres en Mendoza, a fines del año 58, como coordinador de un movimiento reformista de estudiantes a nivel nacional. Como era un poeta y un militante político pobre, andaba pidiendo alojamiento por ahí. Y después de parar en la casa de dos jóvenes con un bebé se sintió obligado a pagar de algún modo la gentileza y escribió un poema que le dedicó a ese niño que era yo. El poema se llama “El oso verde”, es un poema infantil escrito en una hoja de carpeta arrancada.

—¿Estuviste en un cumpleaños de Jorge Luis Borges?
—Estuve en el último cumpleaños de Borges sin que nadie sospechara que iba a ser el último. Yo era un joven periodista que trabajaba en una agencia de noticias. Una mañana en que llovía y hacía frío en Buenos Aires, el jefe de noticias se para y dice, revoleando una gacetilla que tenía en la mano: “¿Alguien quiere cubrir el cumpleaños de Jorge Luis Borges?”. Yo, que estaba en la sección Deportes, pero había estudiado Letras, levanté la mano. La celebración del cumpleaños consistía en que había un grupo de poetas de Pehuajó que iban a hacerle un homenaje en la puerta de la casa. Nada muy glamoroso. Borges bajó después de dos o tres timbrazos; María Kodama avisó que no estaba muy de buen humor. Uno de los poetas le dijo: “Don Jorge Luis, somos de la peña de poesía de Pehuajó”, y él entonces rápidamente dijo: “Ah, yo sé una cuarteta campera, ¿se las puedo decir?”. Todo el mundo se dispuso a escucharlo con atención, y Borges dijo: “En el centro de la plaza / del pueblo de Pehuajó / hay un cartel que dice / la puta que los parió”. Y se fue, para desasosiego de los poetas que habían venido de los pagos de Manuelita. Yo utilizo en el libro la anécdota para contar que, en ese mismo año, el de su último cumpleaños, Jorge Luis Borges fue testigo del Juicio a las Juntas. Fue invitado a escuchar el testimonio de un hombre en aquel juicio, y escribió un texto que tuvo repercusión mundial, lo que le permitió irse de este mundo con un gesto que mínimamente repara las atrocidades que había opinado en política, que fueron una mancha importante para su conciencia y para su prestigio literario. Hoy sabemos que la Academia sueca no le dio el Nobel por sus actitudes políticas de apoyo a las dictaduras.

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