CULTURA

La Plata, secretos de una ciudad pionera

Las primera lámparas y tranvías eléctricos, tuvieron su estreno en nuestra ciudad. Pero esa no es su única originalidad, hay muchas circunstancias que ahondan su misterio.

La Plata es una ciudad que guarda en sus pliegues una gran cantidad de secretos. El 27 de noviembre de 1882 se colocó la piedra fundamental en la Casa de Gobierno. Las obras se iniciaron bajo la inspección del maestro mayor de obras don José Porret. La idea fundacional, que para muchos de sus contemporáneos más que un proyecto realizable parecía una quimera, dio lugar naturalmente a los más diversos comentarios, suspicacias y conjeturas que muchas veces tenían como blanco al mismísimo gobernador de la provincia de Buenos Aires, Dardo Rocha.

En los últimos días de 1882, Dardo Rocha recorría, con una escasa comitiva, la meseta ocupada por la estancia Iraola, un parque de 10.246 hectáreas que sería expropiada en 1948 por el gobierno de Juan Domingo Perón. Mientras el viejo carruaje de ocasión, tomado en el pueblecito de Tolosa y tirado por tres caballos enjaezados a la rústica, se abría paso por entre los cardales, en tanto que se comentaba entre los ingenieros las características del terreno, alguien temeroso de las concepciones fantásticas que iba proyectando Rocha insinuó sus dudas. Inmediatamente, Rocha, con la vehemencia de su fe, se limitó a contestarle: “Amigo, querer es poder. Y yo quiero, siempre quiero, y firmemente quiero”.

La colocación de la piedra fundamental se efectuó en medio de una atmósfera sofocante. El viaje desde la metrópoli y localidades vecinas fue realizado por muchos invitados, en condiciones carentes de toda comodidad. Uno de los asistentes fue Félix Tettamanti, quien, llegado de Cañuelas, se afincó en nuestra ciudad, llegando a ser uno de sus personajes más conspicuos y prestigiosos, a quien Almafuerte le dedicara sus siete sonetos medicinales.

En 1910, le realizaron un reportaje a Tettamanti, donde evocó con palabras sencillas los inolvidables momentos vividos durante aquella jornada: “Fue un día sofocante, caldeado por un solazo precursor de la tormenta que estalló a la madrugada en lluvia torrencial. Materialmente, nos asamos; aunque, por contraste, no pudimos probar el asado”. Naturalmente, Tettamanti explicó que la ciudad era aún pleno campo, con algunos clavos de tierra despojados de pasto para anticipar las calles, como las que circundaban la futura plaza principal, donde una profusión de gallardetes y carteles con inscripciones alusivas al hecho histórico anunciaban la fiesta.

En la ceremonia inaugural había muchísima gente, proporcional a la expectativa generada por el anuncio de la fiesta y las maravillas de la ciudad prometida. En las primeras horas de la mañana comenzaron a partir de la vieja Estación Central de Buenos Aires los trenes especiales con legiones de viajeros de la capital federal y de las distintas zonas de la provincia. En ese sentido, las comisiones designadas por el gobierno provincial y el directorio del Ferrocarril lo habían previsto todo; salvo el hacinamiento en los coches por la atmósfera de fuego, el viaje transcurrió normalmente hasta el descenso en la estación de Ensenada, para continuarlo por el flamante ramal desde empalme hasta Tolosa.

La ciudad tuvo el privilegio de las primeras lámparas eléctricas para iluminar el salón del gran banquete oficial, como después vería correr los primeros tranvías eléctricos del país a título de ensayo. Su trazado se concibió como un cuadrado perfecto, en el cual se inscribe un eje histórico y sobresalen las diagonales que lo cruzan formando pirámides y rombos dentro de su contorno.

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