cultura

Nazismo esotérico

Una secta ocultista estuvo detrás del régimen nazi, llegando a ocupar un lugar prominente dentro del equipo de gobierno de Adolph Hitler.

El auge del III Reich no es fácil de explicar sin hablar del grupo secreto “La sociedad de Thule”, cuyo ideario propugnaba un regreso a la magia y la irracionalidad que dominaba el mundo durante la Edad Media. Diversos historiadores afirman que esta sociedad de carácter germano y ario era el verdadero poder oculto tras el partido nacionalsocialista. En ese sentido, Adolf Hitler tenía una profunda y secreta obsesión por el ocultismo, que determinó en gran medida la historia del nazismo y el curso de la Segunda Guerra Mundial. Incluso los nazis llegaron a crear una oficina gubernamental, la Ahnenerbe, encargada de organizar costosas expediciones por todo el mundo en busca de objetos con presuntos poderes místicos.

El filósofo y escritor austríaco, Walter Johannes Stein, quien formó parte del equipo de asesores de Winston Churchill en lo referente a la psicología y motivaciones de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, era uno de los mejores conocedores del entramado mágico y ocultista que se escondía tras la fachada del III Reich. Por él se descubrió que la cúpula dirigente del partido nacionalsocialista, procedente en su mayoría de sociedades secretas de corte esotérico, tenía motivaciones muy diferentes a las que anunciaba públicamente en sus discursos.

El periodista español Santiago Camacho afirma que la cruz cristiana fue sustituida en toda Alemania por la esvástica de la misma forma en que en el partido nazi la religión había sido reemplazada por la magia. Fruto de ello es que el propio Hitler fue un verdadero fanático de las ciencias ocultas y un profundo conocedor de las antiguas tradiciones germánicas. Desde que tenía 15 años, Hitler desarrolló el convencimiento mesiánico de que algún día el destino del mundo recaería en sus manos. Años después, siendo poco más que un bohemio casi indigente que vivía en Viena, tras haber fracasado en su propósito de ingresar a la Escuela de Bellas Artes, esas visiones de adolescente parecían muy lejos de haberse cumplido. Pero los que lo conocieron en esa época destacaban cómo su existencia miserable contrastaba con su apariencia altiva; tal era la fuerza persuasiva de esa idea mesiánica que lo alentaba, y que le permitía que las adversidades no hicieron mella en su estado de ánimo.

Influido por la filosofía de Nietzsche y Schopenhauer eligió conscientemente un camino apartado de toda moral humanista, renegando del legado judeocristiana para emular al Superhombre anunciado por aquellos filósofos. Con tan sólo 22 años el joven Hitler había tocado fondo y se disponía a renacer de sus cenizas para conquistar el mundo. La obsesión de este cabo austríaco por las ciencias ocultas era de tal calibre que, una vez en el poder, decretó una ley que prohibía expresamente la práctica de cualquier forma de adivinación. En ese marco, se organizaron requisas de gran escala, confiscándose prácticamente la totalidad de libros y documentos que versaran sobre esos temas.

A propósito de la masonería, el propio Hitler escribió alguna vez: “Su organización jerárquica y la iniciación a través de ritos simbólicos, es decir sin molestar a la inteligencia pero trabajando con la imaginación a través de la magia y los símbolos ocultos, son elementos peligrosos […] ¿No ven que nuestro partido debe participar de este carácter?”. Gracias al asesoramiento de Stein, los británicos estaban al corriente de estas peculiaridades de la cúpula nazi y no dudaron en trazar diversos planes encaminados a sacar partido de esta debilidad.

Lo que empezó siendo un estudio erudito y metódico de la magia se transformó en una loca carrera sin orden ni meta en la que ya no sólo corría peligro su vida y su cordura, sino la de todo un país que lo seguía ciegamente como líder ungido por el destino. Fue una época de descontrolada paranoia colectiva que llevaba a los jerarcas nazis a afirmar sin rubor que, según la doctrina nacionalsocialista, el canal de la Mancha era mucho menos ancho de lo que decían los mapas. Para muchos de esos jerarcas eran hombres que creían en la magia, para quienes el universo no era más que una ilusión.

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