CULTURA

Robert Redford, un seductor inoxidable

A los 86 años sigue siendo el símbolo del galán con talento. Protagonizó y dirigió películas que hoy son verdaderos clásicos.

Un chambergo de gaucho, chato y negro, sujeto con una tira por debajo del mentón, camisa de seda blanca, inmaculada, abierta en el cuello, de puños ajustados y mangas sueltas y abultadas. Parecía tan flexible como un junco. Tenía ojos de un azul profundo, los más grandes e inexpresivos que alguien hubiera visto. La piel mostraba esa palidez que el sol nunca puede alterar. Al ingresar al set de filmación, adoptó una postura amanerada y con la mano derecha describió en el aire una curva graciosa a modo de saludo: “Buenas tardes, soy Robert Redford”.

Nació el 18 de agosto de 1937 en Santa Mónica, California. Hijo de Martha y de Charles Robert, contable de una empresa petrolífera y que le había escapado a una miseria rampante. Aunque cursó el colegio secundario en un instituto brutal, donde algunos profesores eran pródigos en castigos físicos con sus alumnos, Robert se destacó por sus capacidades atléticas –era un formidable jugador de béisbol–, lo que le posibilitó obtener una beca para asistir a la Universidad de Colorado. No obstante, a veces el momento fundacional de una persona se puede reducir a un conjunto de días intensos: la muerte temprana de su madre sacudió ferozmente su mundo; abandonó los estudios y para tratar de mitigar el dolor decidió convertirse en pintor en París. La brevedad de aquel viaje iniciático torció su vida de manera definitiva, pues cuando regresó a Estados Unidos su destino ya estaba decidido: ser actor.

La primera gran explosión llegó con la versión cinematográfica de Descalzos en el parque. Era el primer gran papel que le tocaba interpretar en su carrera. La crítica y el público habían quedado deslumbrados con la aparición de un hombre cuyos ojos resplandecían con furor incontenible y que se adueñaba de los suspiros con la velocidad de un relámpago. A propósito de aquel debut, Redford aún recuerda: “Era la primera experiencia de Mike Nichols dirigiendo comedia y la primera mía protagonizando: esa cautela, ese temor a lo desconocido hizo que nos esforzáramos más”.

Luego llegarían éxitos masivos como Butch Cassidy and Sundance Kid, donde originalmente el papel de Sundance era de Paul Newman, cuyo requisito excluyente era tener de compañero a Jack Lemon. Al no conseguirlo, el estudio salió a buscar otros nombres reconocidos de la talla de Marlon Brando, Warren Beatty y James Coburn. Sin embargo, el director George Roy Hilla logró convencer a Newman de que ese encantador joven rubio era ideal para el proyecto, pero había que hacer un cambio de roles. Finalmente, Redford tuvo que encarnar a Sundance.

En 1973, se estrenó una de las obras maestras de la historia del cine, El golpe, con los roles centrales de Robert Redford y Paul Newman, quienes venían de protagonizar Dos hombres y un destino, y que narra la historia de dos estafadores que están decididos a vengar la muerte de un viejo y querido amigo asesinado por una banda mafiosa. La película ganaría una innumerable cantidad de premios, incluido el Óscar a mejor película.

Un destello acorralado

Aunque el éxito lo seguía como una sombra, Redford siempre tuvo en claro que el éxito es un destello acorralado que se apaga antes de poder entenderlo. Tal vez por esa razón, hacia 1980, decidió lanzar su primera película como director.

Nunca lamentó ninguna de sus decisiones: “Soy actor desde los 21. Aun así, me llevó un tiempo aceptar que mi amor por la pintura se convertiría en mi hobby mientras la interpretación pasaba a primer plano. Desde entonces, me he concentrado en ser el mejor actor que pude. Me lo he pasado bien y no necesariamente por mi físico. De niño tenía los dientes muy grandes, el pelo demasiado rojizo y muy salvaje y la cara llena de pecas. Lo del físico llegó mucho más tarde y me sorprendió. No estaba preparado para ello. Ahora quiero dedicarme más a la dirección”.

La vida de un hombre que con la misma facilidad podía encarnar a héroes románticos, a brillantes seductores, pero que también podía ser duro, atormentado sin aspavientos, logró romper con la barrera de cualquier género: comedia, western, intriga, melodrama. En su continua batalla sin armadura, en su guerra sin sangre, hay una verdad que lo define y que él mismo se encarga de manifestar en cada reportaje: “Todos los que quieren cultivar su arte y no solo su popularidad cuentan con todo mi respeto”.

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