cultura

Un fotógrafo revolucionario

Alexander Rodchenko fue uno de los artistas vanguardistas más polifacéticos y polémicos de los primeros años de la revolución rusa.

Junto al poeta Vladimir Maiacovski creó la primera agencia de publicidad rusa y así lograron difundir cientos de piezas publicitarias y todo tipo de innovaciones artísticas para difundir la revolución entre los comunistas de todo el mundo. Nunca se había visto nada tan innovador y eficaz. Algunos lo llamaron constructivismo ruso, pero fue mucho más que el arte al servicio de la revolución: se trató del motor más efervescente para la creación que se haya conocido en occidente -Alexander Rodchenko llegó a retratar a “la musa de la Vanguardia Rusa”, Lilia Brik, con pañuelo de obrera y gritando bien alto: “¡LIBROS!”- hasta que Stalin lo censuró definitivamente.

La Exposición Universal de París de 1925 era la gran oportunidad de los soviéticos para mostrarse al mundo después de la revolución y el posterior bloqueo occidental. Hacia allí viajó Rodchenko en un tren con dos toneladas de madera barata de los Urales, porque la URSS pretendía generar el máximo impacto con el mínimo presupuesto. El pabellón soviético, hecho enteramente de vidrio, madera de los Urales, y pintado solo en tres colores (rojo, negro y blanco), causó furor en medio de la opulencia kitsch del resto de los pabellones. Todo se había gestado en tres meses, hasta los muebles, serruchando, pintando y colgándose de andamios -junto a Vladimir Tatiln- a raíz del convencimiento de que el arte debía ser colectivo.

Ródchenko había iniciado su carrera fascinado por las vanguardias. Rusia era un verdadero vivero de nuevos lenguajes, incluso antes de la revolución. Entró en contacto con el futurismo y el suprematismo de Malevich, que sería una de sus grandes influencias. En cuanto Tatlin le consiguió dinero para comprar la Leica en París, mientras sus compañeros de delegación peregrinaban hacia el atelier de Pablo Picasso, Rodchenko descubrió por las suyas que el ojo de la cámara era la forma perfecta para mostrar las cosas desde un ángulo socialista.

Fascinado por la manuabilidad de la Leica, que permitía hacer tomas desde ángulos insospechados, explotó al máximo la toma cenital, desde arriba o poniéndose a los pies del retratado. Utilizó su cámara para reflejar las desconcertantes sensaciones a las cuales se ve sometido el habitante de la gran ciudad moderna. Según Juan Forn, sus fotos parecían esculturas, eran casi tridimensionales. Y, cuando les agregaba tipografía y las convertía en propaganda revolucionaria era capaz de generar un impacto extraordinario. Todo esto lo convirtió en uno de los más importantes pioneros del constructivismo fotográfico.

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