cultura

Una de las estatuas más polémicas de la historia

El monumento a Stalin, levantado en Praga, tuvo peripecias propias de una comedia de enredos y padeció los cimbronazos de la política.

La mayor estatua de Stalin hecha nunca se empezó a levantar en el parque de Letná de Praga. El coloso de 30 metros de altura, un conjunto escultórico al que los checos bautizaron jocosamente “la cola para comprar carne”, fue hecho para durar toda la eternidad. Sin embargo, solo siete años después de terminada, fue volada por las autoridades comunistas en medio del más absoluto silencio oficial.

Cuando Stalin cumplió 70 años, en 1949, todos los países socialistas debieron homenajearlo, pero los checos se atrasaron con la estatua que iban a erigir en su honor. Para congraciarse con Moscú no les quedó más remedio que prometer el monumento más grande erigido nunca en honor al Padre de los Pueblos. Aquella estatua sería la primera visión de la ciudad que tuviera todo aquel que llegara a Praga.

Llamaron a concurso pero apenas se presentaron cuatro proyectos. Por entonces, el escultor Otokar Svec necesitaba adecentar su currículum; un año antes le habían tirado abajo una estatua de Roosevelt y tenía un pasado vanguardista. En realidad, Otokar no quería ganar, pero tuvo la desgracia que eligieran su proyecto. El Stalin de su proyecto tendría la altura de un edificio de diez pisos. En una mano llevaba un libro y la otra la apoyaba contra el pecho. A su lado marchaban, abriéndose en cuña, un obrero, una muchacha y un soldado.

Tras la Segunda Guerra Mundial además, el poder de Stalin se extendió más allá de las fronteras de la Unión Soviética, al recibir como botín por la victoria el dominio sobre los países que formaron parte del bloque del Este, que quedaron desligados entonces irremediablemente de Occidente. Era la hora de empezar a adorar al “Padrecito” Stalin también en Checoslovaquia, tal y como estaban haciendo desde hacía décadas en la Unión Soviética.

Igual de importantes que Otokar eran los ingenieros que debían ocuparse de hacer una gigantesca base subterránea de hormigón a la estatua para que la montaña no se derrumbara. Además, hubo que reforzar el asfalto de los caminos desde las canteras de Liberec para que resistieran el paso de los enormes camiones rusos portatanques que irían trasladando los bloques de granito que conformarían la estatua.

La cuestión de las figuras y lo que representaba cada una trajo de cabeza a los responsables comunistas, ya que la propaganda y simbología para el régimen eran cuestiones capitales. Otakar tuvo que hacer más de una corrección. Eran figuras alegóricas que al menos en dos ocasiones hubo que modificar. A los lados de Stalin finalmente estaban Fučík y Michurin, pero al principio, en el proyecto que ganó, lo que había eran dos soldados, lo que no le gustó a las élites comunistas porque parecía que llevaban arrestado a Stalin. Así que decidieron ponerlos atrás del todo para que custodiaran esa belleza de conjunto.

Lo cierto es que Stalin murió y los checos no habían terminado. Tardaron seis años en lugar de dos (como estaba planeado originalmente). Para la inauguración el 1° de mayo de 1955, el presidente Kruschev ni se molestó en ir a Praga; Stalin ya había empezado a ser mala palabra. El nombre de Otakar Svec no se mencionó en todo el acto: se había suicidado una semana antes. Meses después Kruschev daría su famoso discurso del XX Congreso condenando los errores del padrecito de los pueblos y prohibiendo el culto a la personalidad. A partir de ese día, en todas las ciudades del bloque socialista se apuraron a cambiar el nombre de las plazas, calles y ciudades dedicadas a Stalin.

Pero sacar la enorme montaña de Letná no era tan fácil: había sido construida para que durara para siempre. Al ministro de propaganda le tocó encargarse de la eliminación de la estatua. Cuando recibió la orden, le dijo a su mujer: “Este asunto me va a seguir hasta después de muerto”.

Noticias Relacionadas