El diario Hoy en Estados Unidos

La contienda electoral más salvaje de la historia

La recta final del proceso electoral mostró una virulencia nunca antes vista entre los candidatos. Hay preocupación por el impacto que puede tener en el liderazgo de la democracia norteamericana. Orden, seguridad y desigualdades sociales

Juan Gossen
(Enviado especial a Estados Unidos)

Esta ha sido la campaña más salvaje en la historia de los Estados Unidos según aseguran los analistas del diario The Washington Post. La aseveración, claro, tiene asidero en los discursos y acciones de la candidata demócrata, Hillary Clinton, y del magnate republicano, Donald Trump, quienes desde mitad de año a la fecha han roto varias reglas.

Se quebró el respeto por la libertad de prensa; por la intimidad de los candidatos y hasta el FBI se entrometió cuando, a solo 11 días de la votación, el 27 de octubre pasado anunció su decisión de reabrir la investigación para comprobar si Clinton manejó en forma imprudente su mail personal, en lugar de haber utilizado la casilla de correo oficial, cuando era secretaria de Estado. El anuncio, como era de esperar, fue celebrado con entusiasmo por Trump. Poco le duró la alegría al magnate norteamericano: ayer, desde el FBI informaron que finalmente no encontraron pruebas en los mails interceptados a Hillary Clinton y por ende no levantarán cargos.  

En ese escenario, ante semejante escándalo protagonizado por la conducción de la Oficina Federal de Investigación, en lo que parece haber sido una operación para influir en los resultados de la contienda, muchos analistas norteamericanos muestran preocupación respecto al impacto que puede tener respecto al liderazgo de la democracia norteamericana a escala planetaria, que en muchos países siempre fue un ejemplo a seguir.

Ni siquiera la virulencia verbal de los candidatos puede romper el orden que rige en las grandes ciudades norteamericanas como Washington. En las calles ni siquiera se puede ver un papel en el piso o una bolsa de residuo fuera de lugar. La limpieza de los lugares públicos es impecable, los transportes funcionan casi a la perfección y los operativos de seguridad se dejan ver a cada paso: este cronista tuvo que hacer verdaderos malabares para poder sacar una foto a 200 metros del Pentágono. Eso no quiere decir que no haya problemas sociales. Todo lo contrario, a metros del capitolio hay homeless que ruegan a los turistas por una moneda, mientras  que otros tantos duermen todas las noches en las escalinatas del National Postal Museum, ubicado en la avenida Massachusetts.

Polarización 

La elección está marcadamente polarizada. “Soy un hombre de raza negra, es imposible que una persona como yo pueda votar a un sujeto como Trump”, le dijo a diario Hoy, Michael, un taxista que deja en claro que los afroamericanos no quieren saber nada con el magnate inmobiliario. En tanto, Robert, un trabajador industrial de Virginia, no deja lugar a dudas: “Nos están robando nuestro trabajo, nuestro esfuerzo. Esto no da para más”.

En tanto, están los que están totalmente desencantados de la política, y han decido aprovechar al máximo el hecho de que en Estados Unidos el voto no es obligatorio. “No quiero saber nada con ninguno de los dos, no me representan en lo más mínimo”, dijo a este medio Andrew, un experto informático de Nueva Jersey.

La virulencia en la campaña podría significarle votos en contra a ambos postulantes, criticados por un vasto sector de la sociedad norteamericana que analizan esto como una verdadera ruptura de códigos. Por eso, en las horas previas al acto electoral la atención se concentra en tres Estados: Utha, Florida y Nevada, donde predominan los indecisos.

Aún en ese escenario incierto, las encuestas vuelven a sonreírle a Clinton y, luego de algunas jornadas en las que corrió desde atrás, hoy aparece cinco puntos por encima de Trump. Pero la escasa diferencia no hace más que confirmar que todo se definirá en el último voto, con aquellos electores que podrían inclinar la balanza hacia uno u otro candidato. Ante esto es que los jefes de campaña de la líder demócrata no se confían ni se duermen en los laureles. Hacerlo sería regalarle horas de ventaja al siempre oportunista Trump, a quien, sumado a los “favores” del FBI, le ha ido muy bien al criticar la economía llevada adelante por el presidente Barack Obama, al decir que, por ejemplo, permitió la instalación de automotrices norteamericanas en países como México, que exportan desde allí a EE. UU. y restan puestos de trabajo a la primera potencia del mundo. A ello le suma una suerte de “moralina”: acusa a su rival de corrupta, sin medias tintas. Este fue el eje de su discurso en su último acto de campaña en Denver, Colorado, donde hizo una puesta en escena con una afroamericana, un sacerdote y un latino mostrando carteles de apoyo a su candidatura. Su ambivalente, y en algunos casos contradictorio, discurso no está teniendo mucho efecto en la comunidad latina: se estima que solo lo votarán uno de cada cinco hispanos, cuando George Bush supo tener el 44% del respaldo de ese sector social.

Por su parte, Hillary podrá insistir en los flancos más débiles (y temidos por amplios sectores de Estados Unidos y el mundo) de Trump: la misoginia y la intolerancia, que han marcado esta campaña.

La batalla del merchandising

La contienda entre Hillary Clinton y Donald Trump se da en todos los ámbitos, hasta en las tiendas de recuerdos y regalos, donde las caras de los candidatos copan las tazas, chocolates, remeras, botellas de salsa picante o muñecos.

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