El Gobierno K, máximo responsable de la violencia

Lo ocurrido en Bariloche, como era de esperar, tuvo un efecto contagio y prendió en todo el país, especialmente en la zonas socialmente más postergadas, incluidas las que se encuentran en el Gran La Plata.

Los saqueos de ayer tuvieron los mismos matices de exclusión social que se pudieron ver durante los incidentes en el sur del país y que se vienen incrementando de manera exponencial a partir del sistema clientelista del Gobierno K, puesto en práctica primero por Néstor y luego por Cristina.

La Argentina tiene, actualmente, uno de cada tres hogares viviendo en la indigencia. Aún peor, resulta imperdonable que, en pleno siglo XXI, haya chicos que, todos los días, mueren de desnutrición, en un país con capacidad para alimentar a 300 millones de habitantes, y con un territorio fue bendecido con abundantes recursos naturales.  

El kirchnerismo hizo todo lo posible para que millones de compatriotas tengan que sobrevivir con dádivas que salen discrecionalmente del Estado, que no hacen más que condenar a los pobres a seguir siendo pobres. El Gobierno K no quiere un pueblo instruido, que pueda pensar por sí mismo, con pensamiento crítico, algo que sólo se consigue cuando están dadas las condiciones de ascender socialmente a partir del trabajo, de la educación, del esfuerzo y sacrificio de cada uno. El ideal de país de los K es todo lo contrario: quieren seguir manteniendo a los sectores más humildes en la marginalidad extrema, para poder manipularlos en función de sus intereses.

 Los K montaron un sistema perverso que se devoró todos los excedentes económicos generados por una situación internacional excepcional, como es un mundo que demanda los commodities sin valor agregado que se producen en nuestro país. Elegir este camino implicó clausurar la alternativa del desarrollo, que hubiese implicado aprovechar las épocas de bonanzas para poner en prácticas planes estratégicos para sacar a la gente de la miseria, creando las condiciones para que haya mayor producción, un mercado interno sólido y trabajo genuino, que automáticamente  genera más cultura, inclusión y futuro.

Como consecuencia de esta política nefasta de clientelismo, las arcas del Estado hacen agua por todos lados. Se terminó la época de la cajita feliz, y el peso del ajuste que está llevando adelante el Gobierno K, con medidas como los recortes en las asignaciones familiares, cae con mayor  fuerza sobre los asalariados. Ello se combina con el peor de los impuestos: la inflación, que devora el poder adquisitivo de los sectores populares, que deben esforzarse cada vez más para comprar un simple paquete de fideos o un pan dulce

La violencia de los últimos días es una consecuencia lógica de altos niveles de marginalidad que existen a lo largo y ancho del país. En nuestra región, sin ir más lejos, hay al menos 130 asentamientos, con miles de compatriotas y hermanos de países limítrofes viviendo en condiciones infrahumanas, sin los servicios esenciales que aseguran una mínima calidad de vida. 

Reducir la cuestión a un suerte de plan maquiavélico, orquestado desde la sombras, no resiste el menor análisis. En todo caso, si hubo gente que fue llevada a cometer desmanes, es porque existe previamente un caldo de cultivo para que ello se produzca, que pasa, directamente, por la pobreza extrema.

Ayer, el Gobierno K respondió como era de esperar: Cristina Kirchner se refugió en el silencio, y desde su gobierno salieron a inventar fantasmas, negando la realidad. No por casualidad el portavoz oficial fue el jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, uno de los máximos aplaudidores oficiales, hijo de la mano de derecha del hombre más rico del mundo, el mexicano Carlos Slim, que amasó su fortuna en un país donde el narcotráfico y el crimen organizado. Es imposible tapar el sol con el dedo. Por más excusas que se quieran poner, si no comienzan a tomarse medidas de fondo, los saqueos de los últimos días se incrementarán y la tensión social irá en aumento. 

Noticias Relacionadas