La encrucijada política de Macri: la opción electoral del fracaso

La coalición de Juntos por el Cambio transita pujas intestinas y, a diferencia de 2015, no hay un líder en el espacio que se perfile claramente para desplazar al peronismo del poder en las elecciones del año próximo.

Como viene dando cuenta diario Hoy en sus análisis políticos, el artífice de haber contraído en 2018 la cifra récord de deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) –unos 47.000 millones de dólares–, Mauricio Macri, perdió poder de fuego político.

Que Juntos por el Cambio (JxC) divida su tropa entre “halcones” y “palomas” da prueba de ello. Existe una grieta nacional entre el Frente de Todos (FdT) y la oposición, pero una igual o más profunda dentro de la “troupe” que encabeza el macrismo y también involucra a radicales y carrioístas. 

A pesar de las insinuaciones y amagues, en su fuero íntimo, el hijo del empresario difunto Franco Macri no quiere correr el riesgo de presentarse como presidenciable. Es por eso que “bendijo” hace tiempo a la siempre combativa y verborrágica Patricia Bullrich, una “halcona” a la que pretende domesticar, pero que se le convirtió en un arma de doble filo.

Con sus virtudes y sus baldosas flojas, “La Piba”, a su manera, arma juego propio. Y como pudo saber este diario de parte de un dirigente del PRO de extracción peronista que conoce la interna de cerca y parafraseó a la exmontonera, “a mí ni Macri ni nadie me va a imponer un funcionario si llego al gobierno”.

Esta situación deja en estado de vulnerabilidad al empresario telepostal, que encontró en la titular del partido que creó bajo el formato de vecinalismo la única forma de contrarrestar el relativo ascenso de su exdelfín y ahora “enemigo interno”: el dos veces jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta, a quien “los halcones” critican por “falta de vuelo político”.

A Macri, además, lo aquejan otros problemas. El que le quita el sueño: no quiere dejar nuevamente en manos ajenas el manejo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), la cuna de su poder inicial. Y en ese afán conservador de preservar el único bastión territorial propio (para ganar votos en otros terrenos necesitó aliarse con el radicalismo), también tendrá que balancear poder buscando un candidato que le garantice un futuro sin traiciones. Tiene en carpeta a María Eugenia Vidal, que, en tal caso, debería competir con el candidato que elija Larreta, quien tampoco quiere perder el “maxikiosco” y prepara el terreno para impulsar a un soldado propio que lo reemplace y le dé la tranquilidad de trabajar sin sobresaltos en su proyecto presidencial.

En carpeta tiene a dos miembros de su gestión, Soledad Acuña y Fernán Quirós, el ministro que hace tan solo 72 horas se lanzó como precandidato. El alcalde de CABA ­también coquetea con el radical díscolo Martín Lousteau. 

El elegido debería medir fuerzas con Jorge Macri, quien en medio del berenjenal de ambiciones y egos en que se convirtió JxC, juega a lo que mejor le sale: hacer equilibrio. El primo del expresidente está de licencia en la intendencia de Vicente López y es desde diciembre pasado integrante del equipo de gestión larretista. El problema es que, como dijo un observador político ­porteño, “pone un huevo en cada canasta”. El Macri que gobernaba del otro lado de la General Paz fue señalado por Bullrich como su más potable aspirante a la Jefatura de Gobierno porteña. Un desaire a cielo abierto de la jefa partidaria, que no deja títere con cabeza.

Los números y la imagen que no acompañan 

Desde que dejó el poder, Macri se convirtió en un escritor sin lapicera. Además de dedicarse a los negocios que heredó por portación de apellido, se disfrazó de literato y  “editó” un libro llamado Primer tiempo, un título que sugiere su todavía no resuelta pretensión de volver a la Casa Rosada. 

Pero sabe que los números no lo acompañan: en el mejor de los casos, una encuestadora que suele serle complaciente le da un 60% de imagen negativa.

El consuelo es que ni Cristina Fernández de Kirchner ni Alberto Fernández mejoran esa performance. Pero una cosa es revertir esa tendencia desde las entrañas del poder y el manejo del Estado, y otra, hacerlo desde “el llano” y con la coalición partida.

Para colmo, en la última semana demostró nuevamente que, como reza el dicho popular, “la lengua le va más rápido que el cerebro”. Primero elogió con desmesura a los alemanes, a quienes describió como “la raza superior”, e inmediatamente las redes se llenaron de memes que lo asociaron con el exdictador Adolf Hitler. Las disculpas públicas llegaron como siempre, forzadas y a destiempo.

No conforme, un puñado de días después apareció sonriente en una foto en medio de una comitiva de dirigentes de Arabia Saudita. Nada grave si no fuera por un detalle: fue en la ruidosa derrota contra la selección de ese país en el debut oficial de Argentina en el Mundial de Catar. Los memes y otros formatos de la comunicación posmoderna volvieron a “ajusticiarlo”. Quienes lo conocen dicen que está fuera de timing para ­volver al poder. En todo caso, será, una vez más, la opción electoral del fracaso.

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