Se cumplen veinte años de la “Masacre de Avellaneda”
El 26 de junio de 2002, Darío Santillán y Maximiliano Kosteki fueron fusilados por la Policía Bonaerense en la estación de trenes de Avellaneda, la cual hoy lleva sus nombres.
Se cumplen 20 años de aquel 26 de junio de 2002, cuando ocurrió uno de los episodios más lamentables de la historia reciente: la “Masacre de Avellaneda”. Ese día, la incompetencia de quienes debían vigilar una protesta en el Puente Pueyrredón –que separa a esa ciudad de la Capital Federal– derivó en el asesinato de dos piqueteros desarmados, a la vista de inumerables testigos.
Los hechos que desencadenaron al trágico suceso comenzaron unas semanas antes, cuando llegó a las manos del presidente interino Eduardo Duhalde un inquietante informe de la SIDE. Ese escrito, basado en grabaciones clandestinas realizadas durante un congreso nacional de piqueteros en el Estadio Gatica, de Villa Domínico, esgrimía la hipótesis de “un plan insurreccional en marcha”.
Tanto es así que esa disparatada creencia tuvo una gran acogida entre los “halcones” del gobierno; a saber: el jefe de Gabinete, Alberto Atanasof, el ministro del Interior, Jorge Matzkin, el ministro de Justicia, Jorge Vanossi, y el canciller Carlos Ruckauf. Ellos fueron desde ese momento los encargados de endurecer el discurso oficial. Y súbitamente se revirtió la estrategia de no interferir en las protestas sociales. Así fue el tránsito hacia la mañana de aquel miércoles negro.
Minutos antes del mediodía, una columna de piqueteros pertenecientes a la Coordinadora Aníbal Verón comenzó a avanzar por la avenida Pavón, a la altura del Carrefour. La policía, sorpresivamente, formó un cordón entre ellos, con el doble objetivo de cerrarles el paso y así dividir la columna en dos. Pero, ante la peligrosa proximidad de unos con otros, los uniformados se replegaron para repetir la acción unos cien metros más adelante, ya bajo el puente. Solo que esta vez no se corrieron ni un milímetro.
Tras esa maniobra policial, primero fueron trompadas, palazos y pedradas, bajo un hongo de gases lacrimógenos. Entonces se escuchó el primer disparo. Un muchacho se tomó el abdomen, aunque lograría llegar hasta la estación de tren, a pesar de que se estaba desangrando. Era Maximiliano Kosteki, de apenas 22 años.
Entre tanto, el jefe del operativo- el comisario Alfredo Fanchiotti-, portando una escopeta, se trenzaba a golpes con otro piquetero. Después retrocedió, pero sin sacarle los ojos de encima. Resultaba curiosa su forma de trabajar; en vez de dirigir las acciones desde un móvil, con un mapa topográfico y un puñado de handys, había descendido al escalón táctico, y se hallaba en el epicentro del conflicto, como si en vez de comisario fuese un sargento más.
El joven que lo había enfrentado enfiló hacia la estación, siempre bajo su atenta mirada. Pocos minutos después, el cuerpo sangrante y moribundo de Darío Santillán (21) era arrastrado por ese mismo policía desde el hall central hasta la calle; colaboraban con él otros dos uniformados (el sargento Gastón Sierra y el cabo Alejandro Acosta). Adentro yacía Kosteki, ya sin vida. Con un destello de furia, el alto oficial se tocó el cuello, donde exhibía un pequeño corte.
A las cinco de la tarde de aquella jornada, el ministro del Interior ofreció una conferencia de prensa, en la cual estuvieron vedadas las preguntas. Su rostro irradiaba una expresión adusta, casi amarga. Así, señaló que lo ocurrido había sido fruto de “un enfrentamiento entre piqueteros”. Y que el objetivo de éstos era voltear al gobierno.