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Un grito justo, pero irreal

Fueron cientos de miles, en la ciudad, en el país y en el mundo. Gritaron por sus derechos pisoteados y postergados. ¿Alguien podría cuestionar esos reclamos? La respuesta es obvia: nadie.

Fueron cientos de miles, en la ciudad, en el país y en el mundo. Gritaron por sus derechos pisoteados y postergados. ¿Alguien podría cuestionar esos reclamos? La respuesta es obvia: nadie.

Pero en la Argentina, ese grito potente y masivo choca con un escenario irreal, casi imposible que el Gobierno decora con decidida hipocresía.

Porque cuando el Presidente Mauricio Macri presenta su proyecto de ley “para avanzar en la equidad de la ley de género” y “lograr el salario igualitario”, inmediatamente aparece la incómoda realidad de un déficit fiscal que se profundiza (el FMI estima que no bajará en el corto plazo), que el Gobierno pretende reducir tomando deuda a toda hora y que, para su disminución, requeriría echar a más de 1,5 millones de empleados públicos, según estimaciones de los economistas. Una decisión que, sin embargo, el Ejecutivo no se animaría a tomar por dos razones: por el costo político de una medida tan dura y porque el conchabo permite ocultar el verdadero desempleo en el sector privado.

Esa desocupación, que en La Plata afecta al 14,1% de las mujeres (lo que la convierte en la ciudad con mayor desempleo femenino de la Argentina), se agrega al drama de las economías regionales y las pymes en vías de extinción, castigadas por la sideral tendencia importadora, por impuestos extorsivos que se llevan hasta el 70% de su producto bruto y por el incremento desmedido de los costos.

En un escenario tal, sin estímulos de ningún tipo, ¿qué empresario podría arriesgarse a contratar a un hombre o mujer para darle el justo reconocimiento por maternidad o licencia paterna?

Claro que el Estado debe hacer algo por esas mujeres que, sobre sus espaldas y sin nada, salen a lucharla todos los días, a buscar el pan y la leche para sus hijos; o por aquellas otras que deben enviar a sus chicos a comedores comunitarios porque no tienen con qué alimentarlos; o también las que se debaten entre el aborto y traer al mundo una boca para amamantar, condenados, como ellas, a un futuro ingrato. 

Ningún edificio se construye sobre débiles bases de cartón. La Argentina igualitaria que anhelamos no se logra de un día para el otro, ni con leyes mágicas si antes no se genera un mercado interno floreciente o si en lugar de la inversión se fomenta la bicicleta financiera para los compradores sin riesgos de Lebacs. 

Un proyecto gubernamental no puede exigir a las empresas: “Tomen más mujeres”; es el Gobierno el que primero, a través de un plan racional, debe brindar estímulos y cambiar esta política de exclusión por una que incluya. De esta manera, el grito que ayer colmó las plazas del país encontrará su lugar en la realidad. Que así sea.

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