Por segundo año consecutivo, no hubo muertes en la competencia más riesgosa del mundo

En total, 65 personas perdieron la vida a lo largo de las 40 ediciones que se llevaron a cabo desde 1979. La concientización de la organización hizo efecto y, tal como ocurrió en 2017, no se lamentaron víctimas fatales

La 40ª edición del Rally Dakar no será una más. Su paso por el continente dejará un gran recuerdo, teniendo en cuenta algunas situaciones que se dieron en  la carrera, que tuvo como ganadores al chileno Ignacio “Perro” Casale en cuatriciclos,  Carlos Sainz en autos, Matthias Walkner en motos y Eduard Nikolaev en camiones. Sin embargo, uno de los focos más importantes de la competencia más riesgosa del planeta tiene que ver con que, por segundo año consecutivo, no hubo que lamentar víctimas fatales.  Solo nueve ediciones del Dakar han finalizado sin muertos, una cifra que habla por sí sola del riesgo que afrontan los participantes, los equipos, los periodistas y los seguidores de la competencia.

En la previa del certamen desarrollado durante 2018 en Bolivia, Perú y la Argentina, la organización se encargó de afinar el margen de error con respecto a los trazados de los circuitos y la concientización sobre las ubicaciones de los espectadores, los trabajadores de prensa y representantes de los equipos surgió efecto. De esta manera, el buen resultado durante el año pasado se hizo presente nuevamente en la edición que terminó hace algunos días. 

Pese al peligro, saldo positivo

El tramo de la carrera en la que conviven autos, camiones, motos y cuatriciclos cuenta con desiertos donde las temperaturas oscilan entre los 45 y 50 grados, hay que pasar por montañas de casi 4.000 metros de altitud y, entre etapa y etapa, se duerme muy poco. Prácticamente se debe estar en recorrido las 24 horas del día, se descansa poco y el estrés al que se someten los competidores es muy grande, por eso se debe tener mucho cuidado para evitar accidentes.

Desde que el Dakar se corre en América, a partir de 2009, fallecieron 18 personas, seis competidores y el resto, personal del rally y aficionados. Esta disciplina y la muerte mantienen una relación tristemente estrecha. Desde la primera edición, que se celebró en 1979, han perdido la vida 65 personas (24 participantes). El último en correr esa suerte fue el motociclista polaco Michal Hernik, de 39 años, en 2015. La edición de 1988, cuando todavía se corría en África como París-Dakar, fue la más cruenta, con ocho muertos. Además, hubo nueve niños fallecidos por atropellos, quince adultos, nueve periodistas, un gendarme, miembros de la organización y hasta un cantante en un accidente de helicóptero.

Por suerte y mérito de los participantes (dentro y fuera del circuito), en este 2018 no hubo que lamentar víctimas fatales, por lo que el objetivo para 2019 será sostener dicho resultado.  

El medio ambiente y el patrimonio, salvaguardados

Después de cinco años de ausencia, el Dakar volvió a pasar por Perú. Los tramos recorridos en el país incaico fueron de los más exigentes, en cuanto a la preservación del medio ambiente y los patrimonios históricos nacionales. El gobierno peruano y la organización del rally se pusieron de acuerdo y coordinaron distintas estrategias, con la intención de experimentar una celebración inolvidable y en armonía con la naturaleza. Para lograrlo, se implementaron paneles y carteles informativos, realizados en constante coordinación con los ministerios de Cultura y Ambiente, para los que se invirtieron más de 185.000 dólares. 

Estas estructuras tuvieron como objetivo delimitar las áreas, así como también los sitios arqueológicos protegidos, y hacer que los espectadores puedan llegar a las zonas previstas para disfrutar de la carrera sin poner en jaque espacios que formen parte de dicho patrimonio. 

Por otro lado, se contó con la presencia de 250 miembros de Ecoplayas, quienes trabajaron en la limpieza de las zonas de espectadores durante y después del paso de la carrera, por cada uno de los países. 

 A su vez, el Rally Dakar estuvo asociado a la ONG Madre de Dios, la cual se encargó de resguardar más de 100.000 hectáreas de la selva amazónica, evitando la deforestación salvaje y contribuyendo a la preservación de la población local, la fauna y la flora.

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