Beatriz Guido y la decadencia de la oligarquía vista desde adentro

Llegó a ser una de las novelistas argentinas más leídas. Ella y su marido, Leopoldo Torre Nilsson, estuvieron durante décadas en el centro de la movida intelectual de nuestro país.

Toda pasión verdadera no piensa más que en sí misma. Por eso, en la vertiginosa historia de vida de Beatriz Guido la literatura era capaz de salpicarse hasta en las paredes. Hija de Ángel Guido, el arquitecto creador del Monumento a la Bandera, y de Berta Eirin, una célebre actriz uruguaya, nació el 13 de diciembre de 1922, en Rosario. Lejos de ­aplacar su vocación, sus padres la sostuvieron desde el comienzo. Con paciencia y obstinación, por fuera de los amurallados cimientos del mundillo literario, se convirtió, junto a Silvina Bullrich y Marta Lynch, en una de las novelistas más ­leídas de su época.

Su vida discurrió siempre por carriles inestables y zigzagueantes. Aunque le gustaba decir que había comenzado a ser novelista con su primera mentira, recién publicó su primera novela, La casa del ángel, en 1954, y recibió el premio Emecé (en un concurso en el que salió segundo Dalmiro Sáenz). Allí prefiguró su universo narrativo: la introspección psicológica en los avatares de la adolescencia y una visión crítica de las clases tradicionales y el establishment. Luego vendrían, entre otras novelas, La caída, Fin de fiesta y El incendio y las vísperas, que fue récord en ventas en la década del 70 y en cuya dedicatoria homenajeó a su padre, “que murió por delicadeza”.

Confesa antiperonista, solía definirse como una escritora polémica y su nombre resonó, con infatigable notoriedad, en el ámbito intelectual argentino. El periodista Horacio Verbitsky afirmaba que muchos se quejaban por la diplomacia con que Guido encaraba sus relaciones sociales, y otros, en cambio, se escandalizaban por su sinceridad, auténticamente temeraria. Además de ser novelista, escribió infinidad de cuentos y fue guionista de muchas de las producciones cinematográficas de su pareja, Leopoldo Torre ­Nilsson, a quien conoció en 1951 en la casa de Ernesto Sábato. Ella era tres años mayor y fueron perfectamente complementarios: ella proveía la letra; él, la imagen. Guido colaboró en muchos de los guiones cinematográficos de su marido, empezando por Días de odio, basado en el cuento Emma Zunz de Jorge Luis Borges.

“Penetración psicológica”, “imaginación exuberante”, “preciso reflejo de la clase alta argentina”, fueron algunos de los comentarios que merecieron su obra. Entrevistada en 1966 por la revista Confirmado, cuando le consultaron sobre cómo caracterizaría a su generación, ella no titubeó: “Por el resentimiento”, y explicaba que pertenecía a una camada marcada por el antiperonismo y el “fubismo” estudiantil. Asimismo, la escritora señalaba que, cuando estudiaba Filosofía y Letras, David Viñas, Ernesto Guevara, Ramón Alcalde y ella no tenían más remedio que ser antiperonistas, aunque reconocía que esa disidencia no les cerraba las posibilidades de expresión.

A lo largo de su trayectoria tuvo adversarios de peso, lo que le otorgó un lugar de privilegio para la crítica. Entre esos contrincantes se destacó Arturo Jauretche, quien le dedicó un capítulo entero de su libro El medio pelo en la sociedad argentina y la calificó como “subproducto de la alfabetización”. Por su parte, ella decía: “Yo creo que el día que Jauretche no me critique estaré muerta. Me daría muchísima tristeza que el señor Jauretche no escribiese otra vez una buena cantidad de páginas sobre mí”.

La escritora era víctima de sus contradicciones, ya que estaba contra los movimientos populares en nuestro país y, al mismo tiempo, tenía un fuerte afecto por las acciones emprendidas por la Revolución cubana. Estaba convencida de que hay actitudes que marcan: nunca le perdonó al escritor Ezequiel Martínez Estrada que haya estado en contra de Lisandro de la Torre, porque para ella las personas se dividían en favor y en contra del político rosarino.

Más allá de su disputa ideológica y atributos de polemista, insistentemente parafraseaba un poema de César Fernández Moreno que hablaba de edificar Latinoamérica. En ese sentido, Guido afirmó: “Hay que comprender que todos noso­tros estamos edificando Latinoamérica, y a eso contribuyen tanto las novelas de Cortázar como las películas de Torre Nilsson o la misma Eva Perón”. En 1984 el gobierno de Alfonsín la designó agregada cultural en España, y en ese país murió el 4 de marzo de 1988. El año anterior había presentado en Buenos Aires su última novela, Rojo sobre rojo.

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