Cultura
Ernesto Sábato, un escritor formado en La Plata
En el Colegio Nacional de La Plata, conoció a dos profesores que le abrirían para siempre la cabeza: Pedro Henríquez Ureña y Ezequiel Martínez Estrada.
Fue en 1924 que Ernesto Sábato llegó a La Plata. Había terminado la escuela primaria en Rojas, y sus padres querían que cursara la secundaria en el Colegio Nacional de La Plata. Su hermano Juan –diez años mayor– ya estaba viviendo en nuestra ciudad, trabajando con un grupo liderado por Julio Canessa en el proyecto de construcción del primer gasoducto argentino.
No le fue fácil insertarse en un ámbito que era muy distinto al que estaba acostumbrado. Era un chico de campo introvertido, sonámbulo. Le confesó a su biógrafo Joaquín Neyra: “En mis doce años me imaginaba que se reían de mi porte payucano y me sentía absolutamente solo”. Solo encontraba consuelo y seguridad en el universo matemático. Sin embargo, muchos años después, confesaría en una nota: “Sin embargo, aquella fue la época más feliz de mi vida. Quizá la única en que fui feliz”.
En el Colegio Nacional de La Plata, conoció a dos profesores que le abrirían para siempre la cabeza: Pedro Henríquez Ureña y Ezequiel Martínez Estrada.
Hacia los dieciséis años empezó a vincularse con grupos anarquistas y comunistas. “Porque nunca soporté la injusticia social, y porque algunos estudiantes eran hijos de obreros, de inmigrantes socialistas, con quienes nos debatíamos durante la noche en interminables discusiones que solían durar hasta altas horas de la madrugada”, supo afirmar. En una de esas reuniones platenses en las que Sábato hablaba sobre Karl Marx, conoció a una chica que lo miraba con sus grandes ojos fijos en él: “Como si yo –pobre de mí– fuese una especie de divinidad”. Esa chica era Matilde Kusminsky Richter, quien terminaría siendo el amor de su vida. Se casaron siendo ella menor de edad, por lo cual tuvo que requerir la autorización de un juez de Menores.
En 1929 ingresó a la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la Universidad Nacional de La Plata. Refugiándose en el orden de las matemáticas. A los 19 años fue elegido secretario de la Juventud Comunista de La Plata. Militó con fervor, recorrió las barriadas populares y los frigoríficos de Berisso y Avellaneda, repartiendo volantes, dando charlas, apoyando las huelgas, redactando manifiestos: “Esos obreros no creían en casi nadie, y tenían todo el derecho a esa desilusionada actitud. Bien recuerdo la desconfianza con que nos veían llegar a nosotros, estudiantes revolucionarios, hasta sus piezuchas de zinc, donde vivían amontonados de a cinco o de seis, entre los verdes, malolientes, mefíticos pantanos que rodeaban a los frigoríficos. Hoscos y tristes, miraban nuestras manos de estudiantes sin callos, nuestros trajes, acostumbrados como estaban a no recibir sino injusticias y castigos de la llamada gente decente”.
La ciudad de sus hijos
El 25 de mayo de 1938 nació, en La Plata, el primero de sus hijos, Jorge Federico, que fue ministro de Educación y Justicia durante el gobierno de Raúl Alfonsín, y murió tempranamente a los 57 años.
Se radicó en París, gracias a una beca sobre radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie. En 1940 volvió a unirse a su familia y comenzó a dar clases en la Facultad de Ingeniería, y en un posgrado de Relatividad y Mecánica Cuántica. Alimentando a la par su vocación literaria, colaboró con la revista platense Teseo, publicando en el primer número una reseña sobre La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares.
En 1945 nació, en La Plata, el segundo hijo de Ernesto y Matilde, Mario, que se convirtió en director de cine y dio vida a quince películas.
Así, el vínculo de Ernesto Sábato con nuestra ciudad fue profundo y perdurable, y tuvo también una manifestación futbolística. Era un connotado hincha del club Estudiantes de La Plata, llegando incluso a probar suerte en las divisiones inferiores: “No era un virtuoso, eso hay que aclararlo, pero iba y venía y no daba pelota por perdida”, declaró en alguna oportunidad.
Por su parte, la ciudad no escatimó en reconocimientos, como el doctorado honoris causa que la Universidad le confirió en 1992; y el nombramiento que le dio el Colegio Nacional, en el año 2005, como egresado ilustre.