Cultura

François Truffaut, un maestro del cine francés

Su ópera prima Los 400 golpes es considerada una de las mejores películas de todos los tiempos. A partir de allí, construyó una obra cinematográfica insoslayable.

De niño entraba al cine con culpa, porque significaba faltar al colegio. Vivió con su abuela hasta los ocho años. Con la plata que le daban para los recreos compraba la entrada. Siempre se decía que sería la última vez, pero sabía que se estaba mintiendo. No podía dejar de volver, una y otra vez: “El ci­ne en ese período de mi vida actuaba como una droga”, escribió François Truffaut en Las películas de mi vida. Quedó libre en diez colegios. La culpa se iba no bien se apagaba la luz de la sala. No había mejor lugar en el mundo para que le contaran una buena historia, para que le hicieran vivir decenas de vidas antes de cumplir siquiera 12 años en la suya. Encontraba allí un sentido ausente en su vida cotidiana.

Así nació el amor por el cine de este hombre que dirigió 21 largometrajes, 4 cortos y que escribió cientos de artículos sobre su pasión por el celuloide. Fundó su primer cineclub a los 15 años –con plata robada al abuelo–, al que llamó “Círculo Cinemaníaco”. En 1979 sería nombrado presidente de la Federación Internacional de Cineclubes, fue el único cargo directivo que aceptó en su vida, y lo ejerció con orgullo hasta poco antes de su muerte.

Truffaut desde adolescente buscaba la salvación por el cine y los libros. Prefería el reflejo de la vida a la vida misma. Leía con un hambre feroz; donde viviera había pilas de libros, sobre la mesa, en el baño, sobre la mesa de luz. En su infancia se recordaba encendiendo una vela ante un retrato de Balzac –en Los 400 golpes, el protagonista, el niño Antoine Doinel, le levanta un altar a ese escritor–. Es con el cine que encuentra un lenguaje que restablece su relación con el mundo: “Si el cine no existiera, yo no sabría qué hacer. No conozco otra cosa. Estaría como enfermo. Pero tengo la sensación de que no estoy en el cine por azar. Siempre me sentí incómodo en la vida”.

En 1951, desesperado por un amor no correspondido, entró como voluntario al ejército. Al igual que en los años de escuela, se escapaba para ir a los cines. Fue licenciado “con deshonor” un año más tarde. Consiguió empleo haciendo críticas para La Gazette du Cinéma y luego en Cahiers du Cinéma y otras revistas culturales. Años después se preguntaría: “¿Fui un buen crítico? No lo sé, pero de lo que estoy seguro es de que siempre me colocaba del lado de los pateados contra los pateadores”. Desde un comienzo entendió el ejercicio del periodismo como algo pasajero.

Los 400 golpes es su primera y más celebrada película. Con ella obtuvo el premio al mejor director en el Festival de Cannes, y ganó el Óscar al mejor guion, escrito por el propio Truffaut. Es una obra autobiográfica: “Tuve la infancia de Antoine de Los 400 golpes. No había exageración en el filme. De hecho, tengo la impresión de haber omitido cosas que podrían haber parecido inverosímiles”, recordó alguna vez.

En 1966 estrenó su adaptación de Fahrenheit 451, en cuyo guion intervino el propio Ray Bradbury, y que es la única película de Truffaut rodada en in­glés, protagonizada por Oskar Werner y Julie Christie.

Para él, si el cine fuese una religión, Alfred Hitchcock sería el sumo sacerdote. Al maestro del suspenso, precisamente, Truffaut dedicó su último largometraje, Confidencialmente tu­ya, un policial de suspenso, con fotografía en blanco y negro, en el que alguien es acusado falsamente y una mujer está dispuesta a todo para probar su inocencia.

Truffaut apareció como actor en varias de sus películas, y ­también fue convocado por ­Steven Spielberg para que interpretara al sabio francés Claude Lacombe en Encuentros cercanos del tercer tipo. La cercanía de Truffaut hacía sentir más grandes a quienes ya lo eran.

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