CULTURA

Nevermind de Nirvana y la última revolución que tuvo el rock and roll

Empezaba la década del 90 y muchos, muchísimos adolescentes estaban disconformes con todo lo relacionado a la cultura musical, donde era más importante vestirse que tocar, donde la MTV decía que sonaba. Pues bien, desde Seattle, alguien gritó con fuerza y cambió todo de la noche a la mañana.

"Nuestras canciones tienen el formato pop estándar: estrofa, estribillo, estrofa, estribillo, solo de guitarra malo. Considerándolo todo, creo que sonamos como The Knack y los Bay City Rollers siendo abusados por Black Flag y Black Sabbath”, esta fue una de las respuestas que dio Kurt Cobain en una de las tantas ruedas de prensa que le armaron de Geffen Records, la primera discográfica grande que se fijó en Nirvana y que terminaría sacando Nevermind, el disco más importante de los últimos 30 años, tanto en lo musical como en la cultura popular.

Hay dos cosas fundamentales que se congregaron para que Nevermind fuese lo que es: primero que nada, que Cobain se permitió dejar convivir su sensibilidad pop con sus tendencias punk o más pesadas. Las canciones tienen más elementos melódicos y, sobre todo, ganchos, algo de lo que Cobain siempre renegó porque no quería venderse a la industria (enorme paradoja, ya que estaban creando el álbum de la década).

La otra es la producción de Butch Vig, cofundador de la banda Garbage, que alimentó a Cobain para dejar los prejuicios y hacerse cargo del genio que era de la sensibilidad pop que poseía, más allá del alma y el corazón punk rock.

Nirvana comenzó a ensayar Nevermind a principios de 1991. El llamado “sonido Seattle”, que ­terminó agrupando cosas más ­disímiles entre sí de lo que la etiqueta sugería (el grupo llegaría a odiar las preguntas sobre grunge), también ayudó a la cultura de la moda: los jeans rotos, las camisas leñadoras grandes y el pelo sucio hicieron lo suyo.

Según Vig, para la producción de Nevermind fue clave poder lidiar con la bipolaridad de Cobain, ya que su entusiasmo podía mermar en cualquier momento. Corrían con la ventaja de haber entrado a los ­estudios con un fuerte trabajo de preproducción.

Las sesiones comenzaron en mayo de 1991 en los estudios Sound City en Van Nuys, California. A Nirvana le vino muy bien otra cosa que iba a comenzar a escasear: las grandes salas como las de Sound City, lo que favorecía el sonido que Vig y el grupo buscaban. Además, era barato, lo cual encajaba con los presupuestos asignados por DGC. La grabación costó 120.000 dólares, casi el doble de lo planeado, pero aun así muy barato.

Cuando Gary Gersh, ejecutivo de la compañía, y el mánager John Silva escucharon esas mezclas, respondieron con una lista de candidatos para remezclar: a Cobain no le gustó ninguno hasta que vio el nombre de Andy Wallace asociado a Slayer y dijo: “Consigan a este tipo”.

En la canción que abrió (y rompió) todo, Smells like teen spirit, Vig acortó los versos del estribillo y el solo de guitarra, todo en función de potenciar las dinámicas tan comunes a la música de Nirvana: estrofas relativamente tranquilas y estribillos donde se pisa el pedal de distorsión y todo explota (como este tema, In bloom y Lithium, por no mencionar las composiciones escritas antes o durante Nevermind que irían para In utero, Pennyroyal tea y Rape me), algo que Cobain tomó de los Pixies y que muchos imitadores tomaron de Nirvana.

En principio, ninguno de los integrantes de la banda supo cómo lidiar con el éxito de Nevermind. Desmerecieron el resultado final ante la prensa: según Vig, no era cool para el grupo celebrar la venta de diez millones de discos. Pero, ya en diciembre de 1991, Cobain no tenía problemas en reconocer que el éxito lo asustaba. Él solo era músico, no buscaba la revolución que le endilgaron, y mucho menos ser la voz de una generación. El final de esa historia, ya lo sabemos, no fue feliz.

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