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Aída Bortnik, una escritora cortejada por los Oscar

Esta guionista y periodista argentina se alzó con un Oscar y fue candidata de otro. Le ofrecieron vivir en Hollywood, pero siempre eligió nuestro país.

Perder ante Fellini también fue un premio. Hubiera sido extraño otro resultado: era la primera película dirigida por Sergio Renán, el primer protagónico de Héctor Alterio, y la primera producción del dúo Tamanes-Zemborain. También era el estreno de Aída Bortnik como guionista. El primero de una larga serie de libros cinematográficos que cosecharía distinciones en Latinoamérica, Europa y Estados Unidos. La tregua había sido la primera película hispanoparlante nominada para un Oscar y la adaptación fue hecha por Aída Bortnik.

Aquella vez, Aída no pudo viajar a la ceremonia en Los Ángeles porque no tenía dinero para el avión. Diez años después, las cosas cambiarían. Otro guión suyo volvería a competir por el Oscar, y esta vez lo ganaría. La película fue La historia oficial. Cuando Luis Puenzo la llamó para contarle de la nominación, pensó que era una especie de broma de mal gusto; cuando se dio cuenta de que era verdad, terminó llorando de emoción. Fue su primer viaje a Estados Unidos. Y, nada menos, que a Hollywood: “Me pareció desembarcar en un mundo de repostería, tal cual como uno cree que es, como en las películas de technicolor de los años 50. Una experiencia fantástica y, por supuesto, estaba muy orgullosa de que me hubieran nominado junto a La rosa púrpura de El Cairo, Brazil, Volver al futuro, y Testigo en peligro. Era casi como un disparate. Me sentí muy, muy feliz y significó algo muy importante para mí. Los americanos, aun los que tienen varios Oscar, ponen siempre las nominaciones en su currículum porque se llega a través del voto de tus pares, que es la parte más difícil del asunto”.

1986 fue el año del estreno de Pobre mariposa, una película dirigida por Raúl de la Torre, con un elenco integrado, entre otros, por Pepe Soriano, Graciela Borges, Lautaro Murúa y la sueca Bibbi Andersson. Ese año le dieron, en Italia, el Premio Ennio Flaiano por su trayectoria, y la Academia de Hollywood la convirtió en la única argentina en ser uno de sus miembros.

Trabajó con muchos de los grandes actores y actrices nacionales y figuras de reconocimiento mundial, como Gregory Peck, de quien dijo: “Es un hombre no solamente digno, progresista, inteligente, con coraje, sino que le importa lo que pasa en el mundo y con la gente”. Se conocieron cuando Aída Bortnik hizo la adaptación de la célebre novela Gringo Viejo, del mexicano Carlos Fuentes. Peck había sido uno de los que había apoyado firmemente la candidatura de La historia oficial para el Oscar. Una noche, Gregory Peck invitó a Aída Bortnik –y a su marido– a cenar en su casa. A ella le parecía estar soñando al verlo sentado frente a ella. De allí nació una hermosa amistad. Volvieron a verse en Buenos Aires, México y Nueva York: “Es un ser delicioso y te levanta el ánimo, pensar que hay gente a la que amabas locamente cuando eras adolescente, grandes héroes románticos, y que en la realidad son absolutamente merecedores de tanta devoción”. Gregory Peck interpretaba en la película el papel de Ambrose Bierce, un escritor norteamericano que murió en los fragores de la revolución mexicana.

El papel, originalmente, lo iba a hacer Burt Lancaster, pero no pudo porque su corazón estaba muy deteriorado y ninguna compañía aseguraba la película si él la protagonizaba. Gracias a esa película –también dirigida por Luis Puenzo–, Aída Bortnik pudo mantener relación con Jane Fonda. Estando en México juntas, Jane Fonda se enteró por los diarios de que su marido se había ido en una escapada amorosa con una amiga de ambos. Recordaba Aída: “Jane acababa de cumplir 50 años y, si hechos semejantes son muy dolorosos para cualquiera, para ella que no puede caminar por el planeta sin que le pidan un autógrafo, lo eran aún más. Como estar desnuda frente al mundo. La recuerdo adelgazando ocho kilos en un mes, llorando todo el día, escondiéndose detrás de un gran par de anteojos negros. Sin duda lloraba por el amor traicionado, pero también por todas esas otras cosas que uno pierde en estos casos. La humillación y el fracaso que no se pueden digerir.”

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