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Algunos de los mayores disparates de la historia

Grandes celebridades de todas las épocas emitieron juicios desacertados o profecías que fueron escandalosamente desmentidas por la realidad.

El periodista uruguayo Homero Alsina Thevenet afirmaba que uno de los libros más útiles para el futuro se titula Hablan los expertos, que contiene un millar de afirmaciones equívocas, dichas en diversas circunstancias por gente ocupa un lugar indiscutible en la cultura universal. Si bien la historia comienza con las antiguas creencias indoctas de que la Tierra era plana o que el Sol giraba a su alrededor, atraviesa como una lanza a todas las disciplinas: desde la política a la pintura, desde la economía al deporte. Sin perjuicio que célebres figuras hubieran conseguido, posteriormente que sus méritos saldasen la deuda de sus equivocaciones.

Entre las joyas del libro, se enumeran los dictámenes del famoso ensayista Walter Lippmann, quien aseveró en octubre de 1968 que Richard Nixon era un hombre y un político que había superado sus errores previos, sin poder adivinar que seis años después el propio Nixon caería en la vergüenza y en la renuncia tras el escandaloso episodio de Watergate. Tampoco se lucieron por su don profético hombres de la ciencia, como Nikola Tesla y Lee de Forest, cuando anunciaron que el hombre nunca llegaría a la Luna fundamentando sus juicios en argumentos que se desvanecerían en el ridículo cuando, en julio de 1969, los astronautas Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins dejaron sus huellas allí.

El pintor francés Paul Delaroche, tras examinar en 1839 la primera exposición de daguerrotipos, o sea el comienzo de la fotografía, sentenció: “A partir de hoy, la pintura ha muerto”. Luego llegaron el arte conceptual, el vídeo, las tecnologías digitales e internet. Todas ellas han hecho que se hablara, en un momento u otro, de muerte. Pero ningún pronóstico fue certero. En otro terreno, Henry Ford anunció en 1928: “No habrá otra guerra mundial”, una década después estallaría una de las peores guerras de la historia de la humanidad.

Los grandes líderes políticos también han incurrido en errores garrafales. “Debo protestar enérgicamente contra la calumnia capitalista, que asegura que pretendemos una paz separada con Alemania”, se indignaba Lenin al asumir el gobierno de la revolución rusa, cuatro meses antes de firmar la paz separada con Alemania. No fue el único gran estadista que fracasó en sus pronósticos. Durante el desayuno del 18 de junio de 1815, Napoleón dijo a sus generales, a pocas horas de su derrota en Waterloo: “Les digo que Wellington es un mal general y que los ingleses son malos soldados; esto lo tenemos arreglado para la hora del almuerzo”.

“Mi invento podrá ser explotado durante cierto tiempo como una curiosidad científica, pero aparte de ello no posee ningún valor comercial”. El invento era el cine al que le auguraba vida efímera su creador, el equivocado profeta Augusto Lumiere, desacierto perpetrado en 1895, el año en que los hermanos Lumiere realizaron una primera exhibición frente al público. Poco tiempo antes, con apenas dieciséis años, los hermanos habían hecho algunas pruebas para detener el movimiento en las fotos; así inventaron la instantánea que, como habían hecho los pintores impresionistas una década atrás, captaba el instante y su luz fugaz. La misma suerte corrió Thomas Alva Edison, quien afirmó: “El cine sonoro no sustituirá a la película muda normal… Existe una inversión tan tremenda en el cine (mudo) que sería absurdo perturbarla”.

Ante la propuesta de filmar una novela escrita por la periodista Margaret Mitchell llamada Lo que el viento se llevó, el productor Irving Thalberg, quien trabajaba en la Metro Gold Mayer (MGM), aconsejó a su socio Louis B. Mayer: “Olvídalo Louis, ninguna película sobre la guerra civil ha hecho dinero”. El pronóstico es de 1936. El éxito arrollador de aquella película se inició con su estreno en 1939. La MGM terminó por ser la primera distribuidora y después la propietaria de la película. Aun hoy, cuando se habla de la vigencia de los clásicos, la película protagonizada por Vivien Leigh y Clark Gable continúa siendo recordada como una de las producciones más célebres de la historia del cine hollywoodense.

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