cultura
Coti López, la fotógrafa de la chusma
Esta artista talentosa que vive en nuestra ciudad retrata en su libro a los empujados a los márgenes de nuestra sociedad.
Constanza López nació en General Belgrano y desde hace muchos años vive en La Plata. Estudió en el Centro de Fotografía Contemporánea, dirigido por Ataúlfo Pérez Aznar. Ahondó su formación tomando cursos sobre “formas de documentar”. Con esa preparación, Coti salió a la calle a acuñar en imágenes la inagotable riqueza de lo que sigue vivo, de todo lo invisibilizado que sigue allí, obstinado, frente a nuestros ojos.
—¿Cuándo y por qué te radicaste en La Plata?
—Vine a estudiar a La Plata la carrera de Derecho, en el año 1999, luego de terminar el secundario en mi pueblo, General Belgrano. La ciudad de La Plata es una opción cercana y no tan costosa para los jóvenes de los alrededores. Fue siempre la primera opción tanto para mí como para mis dos hermanos, con los cuales conviví durante mi carrera universitaria. La fotografía vino después.
—¿Cuándo descubriste la pasión de atrapar una imagen para desprenderla del tiempo?
—Desde pequeña tengo recuerdos de mi papá con una cámara al cuello, retratando nuestra infancia, crecimiento, vacaciones, los inicios de clases. Teníamos un cajón lleno de fotos que sacábamos y mirábamos todo el tiempo. Incluso álbumes de tíos y abuelos que me parecían fascinantes. Pero recién cuando fui un poco más grande me agarró una necesidad imperiosa de conocer al otro con mayor profundidad, y sabía que la fotografía me iba a dar esa posibilidad. Así empecé a realizar retratos, que es lo que más me gusta.
—¿Por qué preferís la fotografía analógica a la digital?
—Analógica, porque ahí está el aura de la fotógrafa y su capacidad de enfocar. Estudié la carrera de Fotografía, entre otros, con Ataúlfo Pérez Aznar, y él me recomendó mi primera cámara analógica, una Olympus Om1 que no cambio por nada. Hoy existen muchos medios digitales que permiten tomar una foto, pero sigo creyendo que en la fotografía analógica hay un misterio.
—¿Cómo describirías el hilo conductor de la serie que titulaste Chusma?
—Hay un hilo en la búsqueda de ciertos vértices, fragmentos del espacio público, de los rostros, de las vestimentas. Además, entre los distintos temas fotografiados hay una relación desde lo social y lo político que no pasa desapercibida.
No dejo de pensar al fotógrafo como el flâneur del que habla Walter Benjamin, que se pierde y capta con su cámara el aura de las cosas en una ciudad iluminista, pero que ha entrado en un período decadente.
—Hay una vindicación de la palabra “chusma”, tan maltratada por el uso corriente...
—Totalmente, está bastardeada por los programas de chimentos de la tarde, entre otros. En realidad “chusmear” es curiosear antropológicamente lo ajeno, y dar con esa brevedad en la que se encierra el misterio de lo propio.
Yo siento atracción por lo feo, lo monstruoso, lo bizarro. La belleza como lo impuesto culturalmente no es el camino que yo sigo en mi búsqueda, sino que tiene que ver con mi propia sensibilidad para ver al otro. Esta idea que la belleza está en el ojo del que mira. Belleza y fealdad son conceptos circulares en el sentido que están en movimiento continuo.
Diane Arbus, una gran fotógrafa, decía: “La mayoría de la gente pasa su vida temiendo sufrir una experiencia traumática. Los freaks nacieron con sus traumas. Ellos ya han pasado su prueba. Son aristócratas”.
—Da la impresión que tus fotografías van en busca de un secreto. ¿Cómo te das cuenta cuando estás cerca de ese secreto?
—Cada encuentro que capté con la cámara es una historia que se corta, pero si uno mira fijo la imagen por un rato, la imaginación dispara un cuento. Por eso, en cada foto late un proceso de historia, como la proyección de una película que se dispara de solo verla: ¿qué se están diciendo? ¿Qué cuchichean? ¿Van o vuelven a qué parte? ¿Quién va a besar a quién? El secreto es la resolución de esas historias en la mente, luego de ver cada foto. Es un secreto que no debe ser revelado, para no perder la gracia. Como ese punctum del que habla Roland Barthes.
El ojo de lo público
Una de las fotografías extraídas del libro
Sus fotografías tienen como escenario lugares públicos. A propósito de lo que aparece reflejado en Chusma, López destacó: “Sí, las imágenes de la escena privada suponen otras posturas, otros secretos, y una escenificación de los cuerpos sin exposición de la historia. Si vos te fijás bien, cada foto de Chusma trata de exacerbar el detalle de algo teatral para el espectador transeúnte. Los pibes no posan para la foto que yo capté, porque los tomé desprevenidos; sin embargo, en cada foto ellos están posando para otro que no soy yo, y que se define por la espacialidad pública. El panóptico que los mira es el ojo de lo público”.