Cultura
Cuando un Premio Cervantes trabajaba en un hotel alojamiento
El escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, en su exilio en Buenos Aires, tuvo que recurrir a diversos trabajos para sobrevivir.
Expulsado por la dictadura paraguaya, ya que el régimen de Stroessner había librado una orden de captura en su contra, Augusto Roa Bastos tuvo que asumir el costo material de su subsistencia en Buenos Aires. Durante seis meses tuvo que tender sábanas en un hotel alojamiento, al mismo tiempo que, para completar un ingreso digno, ejercía la docencia. Decía: “Como en todas las cosas, mi signo es el de la improvisación. Y es que este signo gravita poderosamente sobre mi vida, sobre mi creatividad de escritor: soy el escritor improvisado, no soy el escritor profesional que algunos piensan”.
En 1989 se le entregaría el Premio Cervantes, y sus obras serían traducidas a cerca de 30 idiomas, pero sus años de exilio estuvieron marcados por privaciones de todo tipo. Nunca ocultó los múltiples oficios a los que lo obligó la necesidad de sobrevivir; por el contrario, consideraba que los trabajos realizados en tierra extraña fueron su verdadera universidad: “Yo no tengo ningún título académico, apenas he llegado a cumplir el ciclo de la primaria, de manera que mi sabiduría académica es nula. Pero, en cambio, pienso haberme beneficiado con la sabiduría vital que da el trato con la gente, el trato con la vida”. Sabiduría vital que transmitió en libros como Hijo de Hombre, El fiscal o Yo y El Supremo, que lo consagraron como uno de los mayores escritores en lengua española.