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Curiosidades históricas de las fiestas navideñas

Desde los árboles decorados hasta el aguinaldo, la festividad del 25 de diciembre está llena de significados cuyo origen se pierde en el fondo de los tiempos.

El intercambio de felicitaciones en la época navideña tuvo su origen en el reinado de Rómulo, en el año 744 a. C., es decir, ese intercambio nada tuvo que ver con Jesucristo. Rómulo regaló a Tácito unos ramos cortados de un árbol frutal del bosque de la diosa Strenia. Ese obsequio fue recibido como un indicio de buen augurio para el año venidero, y así quedó establecida la costumbre originada en una creencia pagana; y, como sucedió con la fiesta del 25 de diciembre, la cristiandad la hizo suya y la extendió por todo el mundo.

Los antiguos celebraron con pródigos festejos el solsticio de invierno. Su celebración culminaba el 25 de diciembre. Roma desbordaba en manifestaciones de idolatría en esos días hinchados de palpitante paganismo; liturgistas y comentaristas religiosos afirman que no sería extraño que la Iglesia hubiese dispuesto esa fecha como fiesta del nacimiento de Jesús –considerado “Sol de justicia”– para luchar con alegrías cristianas contra la desbordante exuberancia del paganismo.

El aguinaldo, según el autorizado y fehaciente testigo del Semanario Pintoresco, que floreció a mediados del siglo XIX, es de origen nórdico y alcanza los remotos tiempos de los druidas. Su leyenda es una bella y emotiva página de la mitología de los antiguos pueblos escandinavos. Su etimología viene del compuesto au-gui-l’anneuf. El “gui”, eje de la frase litúrgica, es el muérdago de la encina, que se iba a buscar en solemne acto religioso, siendo luego distribuido entre los druidas por su salvadora significación. De modo que esa costumbre de regalar en esa época del año sobrevivió hasta nuestros días. En nuestro país, en 1945, a raíz del decreto 33.302/45, se establecieron el aguinaldo, las vacaciones pagas e indemnizaciones por despido injustificado.

El origen del árbol de Navidad es incierto. Al parecer, los árboles de hoja perenne han sido una decoración estacional esencial desde la antigüedad como parte de las celebraciones paganas invernales. Estas plantas decoradas significaban la victoria de la vida y la luz sobre la muerte y la oscuridad. No obstante, no existe consenso respecto del momento y lugar exactos donde estas tradiciones paganas se expandieron al resto del mundo. Lo que sí se sabe es que los orígenes del árbol navideño moderno se remontan a regiones con abundantes bosques, especialmente en el norte de Europa.

Se afirma que Martín Lutero contemplaba el firmamento en una noche serena y quiso, en cierto modo, reproducirlo el día de Navidad en su hogar. Cortó un pino que crecía cerca de su casa, lo instaló en la habitación más amplia y colgó de sus ramas diversas luces con intención de que reprodujeran el fulgor de las estrellas entre el verdor del árbol. A medida que los árboles navideños se popularizaban por el mundo, la tradición empezó a tener un impacto perjudicial en los bosques. Como consecuencia, en la década de 1880 los alemanes empezaron a fabricar árboles artificiales de plumas de ganso.

Krampus, una criatura mitad cabra, mitad demonio, es el responsable de atemorizar a los niños que se portan mal en Navidad; esta criatura no carga con regalos en un trineo, pero sí tiene cadenas y palos de abedul que usa para golpear a los niños malcriados y llevarlos consigo al inframundo. Se dice que Krampus, cuyo nombre deriva de la palabra alemana krampen, que significa “garra”, es hijo de la diosa Hel, la encargada del inframundo en la mitología nórdica. Por muchos años, la Iglesia católica suprimió la presencia del Krampus y la prohibió en las celebraciones navideñas. De la misma manera, los fascistas en la Segunda Guerra Mundial condenaron la figura del Krampus al considerarla una creación de los socialdemócratas.

Sorpresivamente, Krampus ha tenido un regreso a las tradiciones navideñas con ­enfoques más modernos, debido a que las nuevas generaciones ya no se asustan con este tipo de leyendas. En países como Alemania, Hungría, la República Checa y Austria se celebra el Krampuslauf, una especie de carrera en la que cientos de hombres disfrazados de demonios corren por las calles y persiguen a los transeúntes.

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