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El argentino que revolucionó la música electrónica

Mauricio Kagel es uno de los grandes compositores y directores de orquesta de nuestro país que, desde Alemania, dejó su huella.

Nacido un 24 de diciembre, en 1931, pronto se hartó de que, en la escuela y en las casas de sus compañeritos, le dijeran que su cumpleaños era lo menos importante del día de su cumpleaños. La casa de los Kagel rebalsaba de libros y revistas viejas, porque papá Kagel fue toda su vida un lector impenitente, pero mamá Kagel se las arregló para que también entrara un piano en la casa, después un violoncelo, y luego profesores particulares de ambos instrumentos para su hijo. Quería que el niño se fuera inclinando naturalmente al instrumento con el que tuviera mayor empatía, en lugar de enviar al pequeño Kagel al conservatorio, y que allá eligieran por él.

Según el humor o la tendencia que marcara la política cultural, se consideraba europeo, alemán, sudamericano o argentino: “Pero es algo que no tiene importancia alguna para mí porque, de cualquier manera, yo hago lo que quiero”. Admirado por sus colegas en la cúspide de la música contemporánea como el italiano Luciano Berio, su carácter como productor de una obra única en el centro de la cultura europea, pero con una mirada "lateral", fue claramente señalado por otro grande del siglo XX, John Cage. El gurú de la vanguardia norteamericana lanzó una frase paradójica y llena de humor irónico para con los músicos del Viejo Continente: "El mejor compositor europeo es Kagel", les disparó, a la vez que describía la peculiar situación geográfico-musical del argentino.

Después de formar parte de la radicalizada vanguardia de los 60, Kagel fue uno de los primeros en patear el tablero de la lógica centrífuga de la renovación permanente y, a partir de los 70, se apropió de la historia musical grande, tanto como de los géneros populares y otras áreas abandonadas por el serialismo integral, como el teatro musical, para construir un universo único y proteico.

En cuanto al género radiofónico, del que es uno de sus pioneros, se pueden conseguir tres obras que lo muestran en tres décadas: El tribuno, una ácida sátira sobre los discursos políticos (editada por Wergo); Nah und fern, una reconstrucción cubista del paisaje sonoro de una ciudad holandesa, y Playback-Play, una particular crónica sobre una feria de música.

En 1978, Kagel estrenó en Alemania una pieza radiofónica llamada El tribuno, escrita “para orador político y altavoces”. El orador entonaba estentóreamente, a lo largo de la pieza: “¡Somos una nación de fronteras abiertas! ¡Sin fronteras no hay nación! ¡Hemos creado la Policía para preservar la dicha! ¡No hay quien no se sienta libre entre nosotros! ¡La Policía somos todos!”. Kagel decía que componer no sirve para nada si los compositores no tienen la fuerza de ser absolutamente francos en sus composiciones.

Asimismo, le aseguraba a sus colegas hiperintelectuales que no había que tenerle miedo a la armonía tradicional. Decía que el arte de lo acústico debía ser tan sutil que permitiera oír el estornudo de las moscas. Decía que la enfermedad de la sociedad es la sociedad misma, que trata de curarse por medios que enferman. Decía que había que aprender a vivir acústicamente.

Kagel fue un argentino de extramuros, uno de los tantos que se van a hacer afuera lo que no pueden hacer acá, y lo logran, y después se pasan la vida atónitos de que acá no les den ni pelota. Sin embargo, su caso tiene final feliz: dos años antes de su muerte, el Colón le dedicó una Semana Kagel, lo hicieron Ciudadano Ilustre de la Ciudad, y se recordó que él fue uno de los fundadores de la cinemateca argentina.

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