cultura

El aristócrata uruguayo del humor

Raimundo Soto fue uno de los protagonistas de la época dorada del humor uruguayo que brilló de uno y otro lado del Río de La Plata.

Su curriculum era inacabable: disc jockey, locutor, farmacéutico, creativo publicitario, pianista, cantor, integrante de la hinchada de Peñarol, padre de seis hijos, guionista y, sobre todo, actor que llegó a tener un éxito televisivo arrasador explotando su personalísima veta cómica.

Nació en Montevideo en 1913, en el seno de una familia de ascendencia irlandesa, con el nombre de Edmundo Rey Kelly, pero sería conocido y recordado por el seudónimo de Raimundo Soto que se puso cuando comenzó a trabajar en Radio Sarandí, porque no quería que su familia lo escuchara “diciendo pavadas”. Tenía un gran carisma e irradiaba un humor permanente, por lo que le resultaba fácil armar grupos que tenían por objetivo principal el de divertirse. Una de las primeras troupe que conformó y que llegó a conocer el éxito en nuestro país fue Jaujarana, un programa que se emitió desde 1969 a 1971 por canal 11. El elenco, entre otros, estaba integrado por Ricardo Espalter, Enrique Almada, Henny Trailes, Gabriela Acher, Andrés Redondo y Berugo Carámbulo, cohesionados por el magnetismo de Raimundo Soto, quien transitaba los pasillos del canal con la elegancia de un lord venido a menos.

Llegaba al humor desde el absurdo y con un toque literario que hubieran aprobado Cortázar y Macedonio Fernández. Cuando alquiló su pluma a la publicidad, creó una frase para vender un auto: “Miren. Estos son los únicos autos con cuatro puertas a la calle”. En televisión fue muy festejado su papel de libretista que intenta explicarle a un actor lo que tiene que decir, fracasando una y otra vez pese a lo cristalino de las explicaciones. El sketch estaba basado en la más estricta realidad: “En la vida diaria, D´Angelo tiene comportamientos semejantes al Renato del sketch. Un tipo que de tanto frecuentar los tablados cómicos, piensa mil cosas a la vez; es un poco ido, está en otra cosa. Naturalmente, en su personaje todo esto está exagerado. Yo, por mi parte, soy igual al libretista. Vehemente, me enfervorizo, me apasiono cada vez que intento hacer comprender alguna cosa”.

Para Soto, el absurdo es el padre del humor. Lo explicaba: “Si al abrir la puerta de un ropero un señor encuentra un sobretodo, la cosa no tiene mucha gracia. En cambio, si en lugar de un abrigo se topa con una rubia despampanante, la situación es, digamos, graciosa. Y, si además aparece la madre, resulta sorprendente”. El humor como la parte ridícula de la vida en serio. El absurdo como regla de conducta cotidiana. Raimundo Soto llevaba en el bolsillo dos tarjetas: una con su nombre real, otra con su seudónimo. A menudo no sabía cuál de las dos personas era. Argentina fue el país en el que consolidó su nombre, y Telecataplúm fue el primer paso en ese camino. El programa fue producido por el Canal 12 de Montevideo y se retransmitía en simultáneo en Buenos Aires. Su elenco venía del teatro independiente, el humor gráfico y la música. Era un humor que apostaba a la inteligencia del espectador, con libros sobrios y sutiles, y la puesta en juego de la gran capacidad interpretativa de sus actores y actrices. La propuesta tardó en ser asimilada en nuestro país, pero dejó una semilla en los espectadores que florecería poco tiempo después.

El debut cinematográfico de Raimundo Soto se produjo en 1965 con La industria del matrimonio, una película en blanco y negro dirigida por Fernando Ayala, con Tita Merello, Amelia Bence y Angel Magaña. Dos años después, haría de profesor en Cómo seducir a una mujer, una película de José Martinez Suárez dedicada a la memoria de Buster Keaton. Pero su gran desafío cinematográfico fue Paula contra la mitad más uno, en la que encarnó a Johnny Stampone, un gangster que se propone secuestrar al equipo completo de Boca Juniors para pedir un rescate millonario.

Sus humoristas argentinos preferidos eran Landrú, la dupla Tato Bores-Cesar Bruto, Carlos Basurto, Carlos Garaycochea y Juan Verdaguer. Detestaba las fórmulas burdas y efectistas, las que buscan la risa denigrando a otro y que apelan al mal gusto y las palabras fuera de lugar. Decía que para ser un buen cómico había que tener experiencia, calle, porque los humoristas copian la vida real. Y, para copiarla, hay que haberla vivido. Raimundo Soto vivió profundamente la suya y le dio a la nuestra el inconfundible sonido de la risa.

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