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El escritor que estuvo a punto de ser fusilado

Fiódor Dostoievski fue uno de los escritores que más hurgó en el fondo del alma humana, a los 28 estuvo frente a un pelotón de fusilamiento.

En abril de 1849 el gobierno zarista ruso detuvo a un grupo de presuntos revolucionarios. Tras una intensa investigación y un juicio que duró varios meses, veintiuno de ellos fueron condenados a muerte. El 22 de diciembre, seis de los condenados fueron llevados al pelotón de fusilamiento.

Los condenados iban caminando como patos, con los pies aherrojados con una barra de hierro, a las esposas que amarraban sus manos. Los primeros tres ya estaban atados a los postes y se iba a dar la voz de hacer fuego. En ese momento llegó la orden del Zar , que revocaba la sentencia, cambiándola por un período de cuatro años en Siberia. Milagrosamente, los fusiles no llegaron a disparar.

Uno de esos seis condenados era ni más ni menos que Fiódor Dostoievski. Tras cuatro años en aquel gigantesco campo de trabajo forzado, emergiendo de una muerte cercana y de la pobreza crónica, reanudó una carrera de escritor en la que se incluirían Crimen y Castigo (1866) y Los hermanos Karamazov (1880).

Sin embargo, el zar Nicolás I, quien accedió a aquella tolerancia, falleció a comienzos de 1855, por lo que no pudo conocer dos de las mayores obras de la literatura universal y mucho menos dimensionar el talento sublime de su ilustre prisionero.

La segunda mitad del siglo XIX fue testigo de la explosión de Siberia como una inhóspita e infinita cárcel natural para decenas de miles de prisioneros de toda condición. No obstante, la mayor parte de ellos eran personalidades políticas que podían representar de un modo u otro cierta amenaza para el poder imperial.

Allí las autoridades pusieron en marcha la Kartoga, una infernal red de campos de trabajo donde se obligaba a los prisioneros a trabajar como mineros o agricultores con el objeto de abastecer de recursos a las arcas zaristas. Aquellas experiencias traumáticas devinieron en el trasfondo del espíritu trágico de la obra de Dostoievski.

Fiódor Dostoievski fue el segundo de siete hijos nacidos del matrimonio de Mijail Dostoievski y su esposa María. Durante su juventud, la enfermedad y la pobreza no le hicieron las cosas fáciles. En 1843, terminó sus estudios de ingeniería, adquirió el grado militar de subteniente y se incorporó a la Dirección General de Ingenieros en San Petersburgo. Tras ser indultado en el patíbulo y sufrir cuatro años en Siberia, encadenado, en medio de graves delincuentes, atravesó su época decisiva.

Como señaló Friedrich Nietzsche, fue entonces que Dostoievski descubrió la fuerza de su intuición psicológica. Más aún, su corazón se endulzó y se profundizó. “Su libro de recuerdos de esa época, La maison des morts, es uno de los libros más humanos que existen”, aseguró el filósofo alemán.

Su obra trascendió las fronteras de la literatura y se expandió hacia los confines del psicoanálisis, la sociología y la ciencia. Si no es fácil olvidar las intrincadas tramas de sus novelas, más aún lo es dejar atrás los nombres de ciertos personajes suyos: Raskolnikov, Ivan Petróvich, Katerina Ivánovna. Ese ejército de seres que poblaron la memoria de generaciones.

James Joyce se deshacía en elogios hacia el autor ruso: “Es el hombre que más ha hecho por la creación de la prosa moderna”. Virginia Woolf, por su parte, escribió que sus novelas son “una vorágine que te hace hervir la sangre, tormentas de arena que giran, una tromba que sopla, hierve y te traga. Están compuestas totalmente por el material del que está hecha el alma”.

Muchos insistieron en que Dostoievski era más dramaturgo que novelista. Lo cierto es que aceptó el consejo de uno de sus grandes maestros, León Tolstói, y leyó el Evangelio y los libros de Confucio para descubrir que sus ideas socialistas se entramaban con el cristianismo primitivo. “La naturaleza puede ser corregida, enmendada, pues de no ser así quedaríamos sepultados bajo los prejuicios —se lee en Crimen y castigo (1866)—. Sin eso no habría ni un solo gran hombre”.

Albert Camus dijo que el verdadero profeta del siglo veinte no fue Marx, sino Fiódor Dostoievski, y Jorge Luis Borges comparó al descubrimiento del amor, el descubrimiento de los libros de este ruso que murió el 9 de febrero de 1881.

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