cultura
El estilo de un grande
Hector Larrea acuñó una forma de hacer radio que lo convirtió en un encantador de oyentes respetado más allá de las grietas.
Se le reconoce ser uno de los grandes difusores de la música nacional, un animador que transmite energía y racionalidad, capaz de despertar emociones y ayudar a reflexionar. Con más de sesenta años de profesión, es considerado un maestro de varias generaciones de conductores de radio. Es verborrágico pero no charlatán, tiene una gran personalidad pero no procura imponer su opinión. Rezuma calidez y familiaridad hogareña. Una rara avis en la radiofonía argentina. El 13 de noviembre de 2020, mientras hacía su programa El Carromato de la Farsa, anunció que se retiraba de los micrófonos. Cinco años después, su voz sigue viva en la imaginación de todos.
Nació en Bragado el 30 de octubre de 1938. Su padre murió cuando él tenía diez años. Trabajó en la propaladora de su pueblo. Iba en un carrito con un equipo que funcionaba con un motor a nafta. Imaginaba que estaba en una radio.Le tomó afición a los escenarios en su pueblo, animando fiestas con una soltura que parece traer consigo desde siempre. A los 17 años empezó a trabajar en una administradora, tenía una idea fija: irse a Buenos Aires. Con el primer sueldo, compró una cocina a kerosene para la familia. Cuando terminó la secundaria se radicó en la Capital para estudiar en el Iser. A los pocos meses de egresado, ejerció la locución en radio Argentina. Para la misma época ya era el presentador oficial de Sandro.
La radio era su hábitat natural, pero la televisión fue la que le permitió, paradojalmente, consolidar su lugar como conductor radial. El éxito alcanzado en la pantalla chica con ciclo como La Campana de Cristal y El Mundo del Espectáculo, le hicieron ganar una gran popularidad a escala nacional. Así llegó al más recordado de sus programas de radio Rapidísimo, un programa que, como prometía el título, tenía un ritmo alocado, y fue pionero en la participación de los oyentes, la variedad de columnistas, y el saber que respaldaba la elección de cada tema musical.
A lo largo de las décadas pudo lograr que su voz no se cuarteara, como tarde o temprano le ocurre a todos los que se enfrentan cotidianamente a un micrófono. La voz se debilita, el diafragma se resiente. Pocos escapan a eso. Él fue una de las excepciones. Tenía una vida ordenada pero inconciliable con una paternidad presente. Históricamente se levantaba a las cuatro de la mañana, para estar informado en su programa que comenzaba a las 7. Cuando regresaba a su casa dormía una siesta, y cuando sus hijos regresaban del colegio, se iba a la televisión. Al regreso al hogar, sus hijos estaban durmiendo: “Un día hubiera estado bien, una semana, hasta un año... ¡pero no toda la vida! No supe manejar mi vida profesional con la personal”.
Es un melómano que gasta mucho dinero por mes en discos: “ Una vez, desesperado por los gastos con la tarjeta en discos y libros, el contador me propuso un trato: comprar un mes, mucho, y otro, poco, de manera intercalada. No lo pude cumplir”.
Aún cuando condujo programas de fuerte impronta comercial, siempre dio un lugar prioritario a la música: “Siempre intenté ofrecerles a los oyentes músicas que me parecen buenas, que me cultivan el oído, me cultivan espiritualmente y me hacen sentir mejor, incluso... ¿Por qué la gente tiene que escuchar lo que las discográficas deciden? Eso pasa con todos los géneros, desde el tango hasta la cumbia”.
La música, el humor y la participación de los oyentes; ese es el trípode que constituye la marca Larrea. Su objetivo fue no caer nunca en la vulgaridad: “En la radio siempre hubo algún grado de vulgaridad y frivolidad. Lo que ocurre es que a medida que pasa el tiempo es peor. Es una tendencia universal, pero con las características propias de este país. Somos muy jodidos como sociedad. Están en contra de nosotros, y estamos nosotros, que muchas veces parece que estamos más en contra que los otros. Y la radio se hace eco de eso.”
