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El filósofo que llegó a las cumbres de la desesperación

Emil Cioran creía que el hombre era una especie fracasada.

Decía que todos los padres son irresponsables o asesinos y que a él le hubiera gustado ser el hijo de un verdugo, pero el padre de Emil Cioran era un sacerdote ortodoxo rumano y su madre –Elvira- una mujer de pueblo que intentó educarlo de la mejor manera posible. Desde niño, sintió odio por sí mismo y por el género humano. Era despótico con sus amigos, tenía un temperamento dominante: “Yo era un Hitler sin fanatismo, un Hitler abúlico”. Para él, nacer era un error; él lo cometió el 8 de abril de 1911 en un pueblo de las profundidades de Transilvania, llamado Sibiu.

A los 17 años comenzó sus estudios de filosofía en la Universidad de Bucarest, y empezó a publicar sus primeros trabajos que versaban sobre la tentación de existir y su profunda inconveniencia. El libro de los delirios y La transfiguración de Rumania, le hicieron ganar un lugar en el campo intelectual de su país. En 1945 publicó su último libro en rumano, El manual apasionado. En esos libros ya estaban presentes los temas que desarrollaría en toda su obra siguiente: el fracaso de la civilización, el sentido trágico de la historia, la conciencia como agonía, la inutilidad de la fe, y la vida como un exilio inevitable.

Durante sus 84 años de vida fue elaborando un pensamiento complejo, vasto, lleno de meandros y marcado por el nihilismo y el lirismo más lúgubre. Era un insomne obstinado que podía conciliar muy pocas horas de sueño, y que estaba obsesionado con la idea del suicidio. El insomnio comenzó a atacarlo a los 9 años, y ya no pudo librarse más de él. En esas horas desiertas se dedicaba a recordar todo, se autoanalizaba despiadadamente, llegaba a la conclusión de que nada tenía sentido.

Sus aforismos reunidos se convirtieron en la biblia de los escépticos. George Steiner se preguntó acerca de la seriedad de Cioran, para él su nihilismo no era sino una pose, “una figuración deliberada en estilo romántico tardío”. El hecho concreto es que, pese a su obsesión por el suicidio y su celebración de los desórdenes mentales, Emil Cioran murió anciano y sin desbarrancar en la locura.

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