cultura

El rosarino que hizo reír a todo un país

Roberto Fontanarrosa trabajaba ocho horas por día para escribir historias o dibujar personajes que llevaron el humor a una de sus cumbres más altas.

Decía que se consideraba muy bien pagado si alguien se le acercaba y decía: “Me cagué de risa con tu libro”. Pero era mucho más que un gracioso, Roberto Fontanarrosa escribió cuenta y novelas que se ganaron un lugar de preeminencia en la literatura argentina. No le gustaba hacer gracias en las reuniones ni pasar por ingenioso. No era el alma de la fiesta, más bien era parco, apocado, hundido en la introspección, pero registrando todo con una capacidad de observación superlativa. De eso pueden dar fe los parroquianos del bar La Sede -antiguamente El Cairo- de Rosario, con mesas que se iban agregando casualmente, de manera aluvional. Casi todos los días, a eso de las seis de la tarde, se constituía “la mesa de los galanes”, con una población flotante de 15 a 20 parroquianos.

Roberto Fontanarrosa trabajaba en su estudio de diez de la mañana a seis de la tarde. Anotaba en un cuaderno cosas que se le iban ocurriendo para Inodoro Pereyra, las amontonaba y, cuando llegaba el momento, armaba la historia. Hubo otros personajes, como Boogie el Aceitoso, que hizo desde 1972 a 1990, hasta que un día se le fueron las ganas de dibujarlo. Los que nunca perdemos las ganas somos sus lectores.

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