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Freddie Mercury, la trastienda de un mito

Su voz superlativa, su histrionismo escénico, su personalidad avasallante, su muerte temprana hicieron del líder de Queen una figura de leyenda.

Detestaba hablar con la prensa, por eso no era mucho lo que dejó conocer de su vida. Farrokh Bulsara nació en la isla africana de Zanzíbar, una colonia británica de África del Este, el 5 de septiembre de 1946. Sus padres eran indios parsis, la etnia mayoritaria en Bombay. Cuando Farrokh tenía 7 años, lo mandaron a un internado en India, donde estuvo hasta los 17; recién entonces se mudaron a Inglaterra, donde empezó a cantar y utilizar para siempre el nombre de Freddie Mercury.

Era un adolescente muy inseguro y sobreprotegido. Su tío tenía un chalet en Dar es Salaam, a poca distancia de la costa. Todas las mañanas lo despertaba el criado y bajaba a la playa con un jugo de naranja. Se enamoró de un profesor y supo que hubiera hecho cualquier cosa por él. Pronto lo olvidó. La música lo curaba de todo. Freddie Mercury era el único del grupo que provenía de un ámbito artístico. Los demás llegaron desde la ciencia: Roger Taylor, de la biología; John Deacon, de la electrónica; y Brian May, de la física. En un primer tiempo, los Queen vestían de negro en el escenario. Les parecía muy atrevido. Luego empezaron a vestirse de blanco. De una apariencia de bailarín de ballet, Mercury fue virando a una imagen potente de cuero. Le gustaba imaginarse una pantera negra.

En 1981 Queen actuó en Argentina, en el marco de una gira que incluyó también Brasil. Dijo Mercury: “Sabía mucho sobre la Argentina, pero nunca me imaginé que allí fuésemos tan populares. Estaba asombrado por la reacción del país ante nuestra visita”. La dictadura les pidió que no incluyeran en el repertorio Don’t cry for me Argentina.

En los últimos años, Mercury tenía problemas en las giras. Su voz se resentía: “Acababa con nódulos, callos molestos en mi garganta que, de vez en cuando, afectaban mis facultades vocales”. Decía que el mejor remedio para eso era el vino tinto y calentar la voz haciendo simulacros operísticos. Fue a ver a varios laringólogos, pero siempre le prescribían descanso u operarse: “Estuve a punto de que me operaran, pero no me gustaba la pinta del médico y me sentía un tanto preocupado por el hecho de que metieran instrumentos extraños en mi garganta”.

Los rumores referidos a la enfermedad padecida por Freddie Mercury se remontan a mucho antes de que lo reconociera, en 1991: “Después de enormes conjeturas en la prensa, quiero confirmar que, de acuerdo con los análisis, soy VIH positivo y tengo sida. Sentí que era correcto mantener esta información privada para proteger a los que me rodean. Sin embargo, ha llegado el momento de que mis fans y amigos en todo el mundo sepan la verdad, y espero que todos me acompañen, mis médicos y los del resto del planeta, en la lucha contra esta terrible enfermedad”. Murió al día siguiente de esa declaración de prensa, el 24 de noviembre, tenía 45 años.

Su hermana Kashmira, en el documental Freddie Mercury: a kind of magic, dijo: “Creo que no lo hablaba públicamente porque le daba un poco de vergüenza ser gay”. Decía rezar cada noche para no contraer el sida: “Tengo muchos amigos que lo padecen. Algunos han muerto, otros no vivirán mucho tiempo más. Me aterra pensar que yo pueda ser el siguiente”. Cuando el miedo entró en su cuerpo como un grito se acabaron las fiestas salvajes. Poco a poco, dejó de tener relaciones sexuales. Se fue convirtiendo en un monje. Un monje que aprendió que no todas las plegarias son atendidas.

No le importaba que lo acusaran de ostentoso y vulgar. Era un consumista desenfrenado. Un dandi glamoroso. Llevaba una vida victoriana, rodeado de trastos exquisitos. Vivía en una casa hollywoodense, decorada fastuosamente y con detalles de lujo enceguecedor: “Para mí era mucho más importante conseguir esa maldita caja que irme a vivir a ella. Soy así, una vez que consigo algo, ya no lo deseo más”. En cambio, lo que más deseaba no lo pudo conseguir: vivir unos años más para seguir cantando.

Con su ausencia Queen perdió sentido y los intentos de regreso no hicieron más que subrayar dolorosamente ese vacío.

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