cultura
Uno de los mayores escultores argentinos
Alberto Heredia con su talento expresionista para modelar distintos materiales fue un crítico ácido del consumismo y los gobiernos autoritarios.
Nació en Buenos Aires en 1924 y falleció en la misma ciudad en 2000. Hijo de una madre religiosa y un padre militar, logró superar a través del arte ese ambiente inmovilizado en jerarquías. Inició estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano, y los abandonó poco tiempo después. En ese tiempo fue importante la amistad con Enio lommi, a quien conoció en 1952. Ejecutó esculturas figurativas entre 1948 y 1952 destacándose algunas cabezas de arcilla de rara expresividad.
Quienes lo conocieron aseguraban que Alberto Heredia era, casi, como su obra. Rebelde, algo solitario, en permanente pelea con el medio. Cuando hablaba, lo hacía con énfasis, defendiendo un arte que tenía que ver con la vida. De joven dejó el Bellas Artes durante el primer año, tras haberse iniciado en la Escuela de Cerámica. Pero todo cambió cuando conoció a Horacio Juez, un profesor de escultura que lo había deslumbrado. Lo cierto es que ya había en él un cierto llamado a la escultura, por una sensación táctil, como concepto.
“Yo lo que siempre tuve fue un rechazo natural a la forma clásica y al modelado naturalista – aseguró Heredia en un reportaje-. Ya gustaba del modelado de Rodin, fue uno de mis grandes amores”. Y, desde entonces, quiso incursionar en la escultura moderna y empezó a interiorizarse. En ese sentido, los cursos con Jorge Romero Brest fueron trascendentales. En 1952, empezó su primera experiencia con la escultura geométrica.
Cuando se marchó de nuestro país, en 1960, toda su obra ya tenía un expresionismo bastante particular. “Europa era muchas cosas que no conocía- admitió Heredia-, pero fue más que una información, como el confirmar las cosas que sabés y las veías. No es lo mismo Rodin, que lo conocías por libros, que enfrentarte y verlo”.
En 1968, Heredia alcanzó lo que el bautizó su “gran libertad” : fueron las Cajas de Camembert. El espectador que abría el envase real no hallaba sino fragmentos de artículos cotidianos: trapos, hilos, papeles, botones, muñequitos de celuloide, a veces deteriorados. Las Cajas de Camembert, en tanto objetos verdaderos, aludían a un alimento, no a un recipiente para desechos; pero las cajas metaforizaban el habitáculo de ese hombre, con reminiscencia de celdas y desván. Dentro del género “Asamblage” y del Cuadro-Objeto ubicamos las cajas planas en que a la manera de vitrina transparente, se exponen diversos elementos, en asociación libre. Toman su inspiración de los “collages” de Duchamp y de Schwitters. Estas cajas dan la ocasión al juego de ambivalencias, azar y realidad, humor y seriedad. Algunos buscan atrapar un pasado, la tristeza de lo ausente; quieren hacer del tiempo una atmósfera más que un protagonista. Cabe en ellas toda la libertad creativa de presentación y representación. Son conocidas las cajas de Joseph Cornell, las del venezolano Gabriel Morera y el colombiano Bernardo Salcedo.
Una de las vertientes escultóricas de Heredia lo llevó a desmontar la naturaleza del monumento en la Argentina. El monumento, desde su entronización durante el ascenso al poder de la generación liberal de 1880, funcionó como estrategia de construcción simbólica de la Nación y el Estado, y tuvo su culminación con la monumentalidad de la década peronista 1945-55. Todo un ciclo en donde el volumen escultórico tenía un sesgo celebratorio, heroico y conmemorativo. Los monumentos públicos fueron dando cuenta de la historia oficial y funcionaron como el contexto histórico cultural que retomó Heredia con su particular concepción del monumento: crítica, mordaz y analítica.
Heredia presentó unas veinticinco exposiciones individuales y participó en más cien muestras colectivas nacionales e internacionales, probando su aptitud para romper con la escultura tradicional. En 1995 ganó el Premio Municipal Manuel Belgrano.
