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Héctor Tizón, embajador de la Puna en La Plata

El gran escritor jujeño vivió algunos años en nuestra ciudad desde fines de la década del 40, mientras estudiaba Derecho.

En 1949 vino a vivir a La Plata, forzado por el azar. Se iba a anotar en la Facultad de Derecho de Buenos Aires, pero cuando llegó frente a la ventanilla se enteró de que había cerrado la inscripción. Todavía estaba con la maleta en la mano. El empleado se apiadó: “Tengo entendido que en La Plata aún está a tiempo de anotarse”. Así llegó a nuestra ciudad.

Su abuelo paterno había llegado a Yala por error, buscando África, el calor y las palmeras. Cuando Héctor Tizón era niño, a Yala solo se podía llegar en tren, los ríos cortaban los caminos y nadie se atrevía a desafiar sus torrentes desmadrados y rugientes que a su paso arrastraban piedras, troncos muertos y árboles arrancados de cuajo. Fue muy difícil para ese adolescente adaptarse a la vida de una ciudad.

Primero vivió en una pensión, luego en el altillo de una casa. Avanzó en la carrera sin dificultad. La facultad y la militancia –en la Unión Reformista– le hizo conocer estudiantes de distintas provincias de quienes terminó siendo amigo. Y también le hizo conocer la cárcel, por participar en una manifestación antifranquista.

En una entrevista recordó la vez que conoció en La Plata a Atahualpa Yupanqui, con largas conversaciones sobre literatura y música. A ambos les gustaban los libros de Hermann Hesse y la música de Bach. Los dos estaban enamorados de Ingrid Bergman. Atahualpa lo hizo entrar en Orientación, un semanario del partido comunista.

En La Plata, Tizón leyó por primera vez a Borges, y quiso conocerlo personalmente. Quería contarle historias de Yala, hablarle de un juez que ejerció la magistratura siendo ciego, de un caballero inglés, paralítico, que se hacía llevar a lomo de hombre a la estación de trenes para recibir el Times, del paso del mariscal Tito por su pueblo trabajando como dinamitero en la construcción de las líneas del ferrocarril. Averiguó el teléfono de Borges, pero no se animó a llamarlo. Años después se conocerían en Yala.

Era habitué del restaurant “Teutonia”, en calle 47 entre 7 y 8 –extrañaba los tamales y las empanadas norteñas–. Solía visitar a Benito Lynch y encontrarse con Ezequiel Martínez Estrada –“un hombre temperamental, huraño, atrabiliario, tímido y entrañable a la vez”–. La primera novela que se conoció de Tizón fue Fuego en Casabindo, pero antes, en La Plata, escribió el borrador de un libro que terminó quemando para no caer en la tentación de publicarlo.

Luego volvería a Yala, al verdor de esos angostos valles. Pero, como la memoria “es un mecanismo que nos permite tanto olvidar como recordar, redescubrir, inventar, organizar”, muchas veces pensaría en esos cinco años que vivió en La Plata, donde descubrió una nueva dimensión de sí mismo.

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