Silvia Fidel, azafata de Aerolíneas Argentinas

Insumos médicos:  la historia del vuelo ARG1083

Silvia Fidel, azafata de Aerolíneas Argentinas y residente en la ciudad de La Plata, forma parte de los vuelos de repatriación. Tras regresar de Shanghái el viernes en un avión que trajo insumos médicos, contó su experiencia

Silvia Fidel, vecina de City Bell, forma parte de Aerolíneas Argentinas desde hace 25 años. Como tripulante de cabina, ya pasó cerca de 10.000 horas de vuelo, a lo largo de su vida.

Sin embargo, nunca se imaginó viajando en vuelos especiales, en el contexto de una pandemia.

El miércoles pasado partió a Shanghái con el objetivo de acercar a 99 chinos a sus hogares. La azafata regresó en el mismo avión el viernes, pero sin pasajeros.

Esa vez la cabina se cargó con 17 toneladas de insumos médicos. La misión terminó durando 53 horas.

En diálogo con diario Hoy, contó sobre su labor.

—¿Cómo fue la experiencia?
—Con este vuelo estábamos muy emocionados, porque era diferente a cualquier otro. Yo le decía “de repatriación a la inversa”. A la ida, después de 16 horas y 47 minutos, paramos en Auckland a cargar comida y combustible. Luego, viajamos 12 horas y un poco más para llegar hasta Shanghái.

—¿Cómo fue el procedimiento cuando arribaron a la ciudad china?
—Bajamos a una sala estéril, ubicada en la pista, con la vestimenta de protección. Luego, entró al avión una dotación para desinfectarlo, y después de cuarenta minutos, comenzó la carga de los insumos.

—¿Fue diferente el vuelo de ida que el de regreso?
—Sí, a la ida fue como un vuelo normal, con los servicios habituales.

—¿Y a la vuelta la tripulación, descansó?
—No. Tanto a la ida, como a la vuelta, el descanso fue rotativo. Como la cabina estaba llena de cajas, tuvimos que apagar el sistema de entretenimiento, porque las pantallas podían recalentarse. Llega a prenderse fuego algo y somos un fosforito. Hicimos guardias para recorrer la cabina y controlar que todo estuviera bien.

—¿Cómo hacés para conciliar el sueño en el momento preciso?
—Soy bastante sensible, así que cuando me iba a dormir lloriqueaba un poco, porque fue muy emocionante. Estábamos llevando pasajeros a sus hogares y trayendo insumos médicos a nuestro país. Trataba de poner la mente en blanco para poder dormir. Una vez, soñé que estaba en un avión y que abrazaba a mis compañeros.

—¿Cobran algún extra por este tipo de vuelos?
—No cobramos nada. Es más, en vuelos de repatriación a Miami, ni siquiera tuvimos viáticos, porque eso se paga si uno llega al lugar en horario de almuerzo o cena.

—¿Los selecciona la empresa o ustedes se ofrecen voluntariamente?
—Todos los que hacemos los vuelos es porque (su voz se entrecorta)... Me emociono y no puedo hablar... Es porque lo sentimos. Yo puedo viajar porque no tengo ninguna enfermedad ni un papá viejito viviendo conmigo. Entonces, puedo ir y quiero ir, quiero ayudar. La gente que está afuera está desesperada y quiere regresar.

—¿No se sienten un poco héroes?
—Algunos te lo dicen pero ninguno lo toma así, porque para nosotros forma parte de nuestra tarea. Sentimos el agradecimiento pero no nos sentimos héroes, es amor a la camiseta y al trabajo. Es una tarea que hacemos todo el tiempo, nada más que ahora con otros recaudos. Tengo las manos lastimadas de tanto lavarlas, y por el alcohol en gel.

—¿Sentís consecuencias físicas después de 53 horas de vuelo?
—Sí, se te acalambran las piernas y los glúteos. Se seca la piel y se cortan los labios. Y, además, el cansancio, el famoso jet lag. Traté de seguir el horario de Buenos Aires para que no me afectara tanto. De todos modos, es inevitable.

—Y ahora, ¿cumplís una nueva cuarentena?
—Ahora cumplo la cuarentena en mi casa, en una habitación de huéspedes. Mis hijas me alcanzan la comida al mediodía, y mi marido, a la noche. Cuando bajo a ducharme, lo hago con un barbijo. Luego, desinfecto el baño con lavandina y vuelvo al cuarto. No me molesta.

—¿Qué les dirías a las personas que continúan subestimando el coronavirus?
—Nadie sabe si le va a pasar leve o grave, y cuando es grave, puede ser muy grave. Me tocó vivir una cuarentena en Roma, el 28 de febrero. Sentí mucha tristeza, porque la gente se estaba muriendo. El virus puede estar en cualquier lado y afectar a cualquiera, hay que tomar consciencia.

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