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La ciencia al servicio del crimen

Los conocimientos obtenidos gracias a la física nuclear fueron dirigidos a crear un armamento que sigue siendo una de las grandes amenazas para la vida en nuestro planeta.

Uno de los casos más graves de irresponsabilidad científica de la historia tuvo su origen en el desarrollo del programa de armamento nuclear estadounidense. Bajo ese contexto, se hicieron detonar armas nucleares en maniobras militares en las que participaban soldados que, en un alto porcentaje, sufrieron cáncer y otras enfermedades durante los años posteriores. De modo que en las décadas de 1940 y 1950, los hongos nucleares florecieron con mucha más profusión que la que el público general pudiera conocer y en condiciones que aun hoy producirían escalofríos.

“Somos unos hijos de puta” fueron las históricas palabras pronunciadas el 16 de julio de 1945 por el doctor Kenneth Bainbridge, quien acababa de ser testigo de la primera explosión nuclear en el campo de tiro de Alamogordo (Nuevo México), en un lugar que tenía el apropiado nombre de “Jornada del muerto”. A partir de ese día, la humanidad entraría en la era atómica; con aquella explosión culminaba el Proyecto Manhattan, la operación militar secreta más grande de todos los tiempos. La mayor parte del mérito se lo llevaría J. Robert Oppenheimmer, que había conseguido llevar a buen puerto la empresa propuesta por la cúpula militar estadounidense: fabricar la bomba atómica antes que los alemanes.

Ninguno de quienes habían podido presenciar semejante acontecimiento lo olvidarían jamás. Apenas un mes después, 200.000 personas serían fulminadas en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Dichas personas fueron tildadas de víctimas inmoladas con la “justa causa” de acortar la guerra y pasarían a la historia como las primeras víctimas oficiales del armamento nuclear. Hiroshima había sido elegida porque era la única ciudad que no tenía campo de prisioneros aliados. El 6 de agosto de 1945, a las 8:14 de la mañana local, el Enola Gay, un avión bautizado con el nombre de la madre del piloto, el coronel Paul Tibbets, lanzó la primera bomba atómica de la historia.

En Alamagordo se cometerían las primeras - aunque no las más graves- chapucerías nucleares norteamericanas. Por ejemplo, la autopista nacional 380, que pasaba a solo 15 kilómetros del lugar de la explosión, recibió una considerable dosis de radiación. Incluso en puntos más alejados pudieron identificarse los efectos de la detonación sobre el ganado de algunas fincas en los alrededores, cuyas cabezas mostraban quemaduras provocadas por la radiación beta. La seguridad tampoco fue el aspecto más brillante del Proyecto Manhattan: en 1945, Klaus Fuchs, un físico británico que participaba del proyecto, se reunió en dos ocasiones con un agente soviético proveyéndole de toda suerte de información técnica sobre el desarrollo del experimento.

Casi un año después del atentado de Hiroshima y Nagasaki, la marina estadounidense comenzó a preguntarse hasta qué punto la nueva arma podría ser útil para llevar adelante sus proyectos. Así surgió la operación Crossroad, cuyo lanzamiento fue el 1 de julio de 1946. Esta operación consistió en comprobar los efectos que tendría una detonación nuclear sobre una flota naval. El lugar elegido fue el atolón de Bikini, en el archipiélago de las islas Marshall, escenario de una de las más sangrientas batallas de la Guerra del Pacífico. En febrero de 1946, el comodoro Ben H.Wyatt, gobernador militar de las islas, comunicó oficialmente a sus habitantes que deberían abandonar “temporalmente” sus casas ya que el gobierno de los Estados Unidos tenía previsto llevar allí una prueba nuclear.

Bikini conservaba un delicado ecosistema de gran riqueza natural. Durante días fue desplegada en el área circundante una siniestra flota de barcos fantasma formada por buques que llevaban a bordo decenas de especies animales que sustituían a los marineros y que permitieron estudiar los efectos de la radiación sobre los organismos afectados por el disparo. Sin embargo, el principal resultado de aquel experimento perverso fue que los habitantes de Bikini jamás regresarían a su isla, convirtiéndose en el primer pueblo de la historia en haber sufrido un éxodo nuclear.

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