cultura

La fama de los prestidigitadores

Los trucos para alterar las percepciones son tan antiguos como la vida en comunidad.

En 1841 apareció en el Coliseo de la capital mexicana un prestidigitador italiano de apellido Castelli, muy hábil al parecer, pero al que su habilidad estuvo a punto de costarle un serio disgusto, pues el público lo tomó como hechicero. En ese contexto, el célebre pensador mexicano José Fernández de Lizardi salió en su defensa en un artículo publicado en el periódico El Sol, aconsejándole que, si se proponía recorrer América, era indispensable que advirtiera en los afiches publicitarios que no era ni Dios ni el diablo, y que sus juegos eran obras puramente naturales para que sus espectadores no fueran a escandalizarse.

El sacerdote Wenceslao Ciuró fue uno de los mejores prestidigitadores españoles de la historia. Nunca actuó demasiado en público, pero en Francia, durante la Segunda Guerra Mundial, figuró con sus habilidades en sesiones organizadas para recaudar fondos con destino a los prisioneros internados en los campos de concentración.

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