cultura

La maldición de Santa Engracia

La expresión “esto es como las obras de Santa Engracia” ha pasado al lenguaje corriente para señalar lo que emprendemos y no podemos ser capaces de llevar a término.

La iglesia de Santa Engracia, en Lisboa, no se terminó jamás. Fue elevada cerca del convento de Santa Clara y fundada por la infanta María.

Prometía ser el convento portugués más hermoso del siglo XVII y era la suya una concepción original y atrevida por sus cuatro torres. Pero un joven condenado a morir en la hoguera por haber profanado una sagrada forma, gritó al pasar por delante del edificio en construcción cuando lo llevaban al suplicio: “Mi inocencia es tan segura como lo es que las obras de Santa Engracia nunca se acabarán”.

Unos meses después se descubría que, efectivamente, el joven no era culpable. Cayó su maldición sobre la iglesia, cuya cúpula se hundió varias veces. Y abandonada desde entonces —a pesar del llamamiento en su favor, entre ellos del gran crítico Ramahlo Ortigao—, Santa Engracia se convirtió en un almacén de intendencia. La expresión “esto es como las obras de Santa Engracia” ha pasado al lenguaje corriente para señalar lo que emprendemos y no podemos ser capaces de llevar a término.

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