cultura

La mujer que completó la Revolución Francesa

Olympe de Gouges fue la autora de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, lo que le costó la vida.

Olympe de Gouges nació en 1748 en Montauban, una población occitana de la región de Tarn. Para cumplir con la convención, en su acta de nacimiento figura como su padre Pierre Gouze, un carnicero de Montauban, pero se supone que en realidad ella era hija legítima de un mediocre hombre de letras, el marqués Le Fraq de Pompignan, y de Anne Olympe Mouisset. Toda su vida idealizó al ausente marqués, a quien le atribuyó un “talento inmortal”. Sus contemporáneos, sin embargo, no compartían esa estima respecto de Pompignan. El aristocrático desdén con que trataba a las clases inferiores y sus indiferentes estilos literarios le valieron la burla de Voltaire, quien dijo que sus Poemas sagrados merecían ese calificativo porque “nadie se atrevería a tocarlos”.

Con solo 16 años, sus padres la casaron con un hombre mucho mayor, Louis- Yves Aubry, dueño de un figón de la región que le garantizaba un techo bajo el que cobijarse y un plato caliente en la mesa. Ella no dudó en calificar aquel matrimonio como “tumba del amor”. Negándose a que después de la muerte de su marido la llamaran “la viuda de Aubry”, como dictaban las costumbres, se inventó un nombre a partir de uno de los nombres de pila de su madre y una variación de su apellido. Tenía aspiraciones de convertirse en dramaturga, pero como era iletrada al igual que la mayoría de las mujeres de su época que no se habían criado en círculos privilegiados, aprendió a leer y escribir por su cuenta. En 1870 se marchó de Montauban rumbo a París. Tenía 32 años.

Casi todo el mundo trató de convencerla de que no siguiera una carrera literaria. Su padre, el viejo Marqués, al tiempo que se negaba a reconocerla como su hija, también trató de disuadirla de que se convierta en dramaturga. En una estremecedora carta que le envió antes de morir, Pompignan le escribió: “Si las personas de su sexo se volvieran lógicas y profundas en sus escritos, ¿qué sería de nosotros, los hombres, que somos hoy tan superficiales e insustanciales? Caeríamos bajo la dictadura de las mujeres”. A pesar de eso, Olympe persistió y escribió más de treinta obras. Muchas se perdieron, pero varias se representaron en la Comedie francesa y alcanzaron una consagración definitiva con el paso del tiempo.

Tan convencida estaba de su talento dramático, y tanto se jactaba de que podía escribir una obra completa en cinco días, que desafió al dramaturgo más exitoso de la época, Caron de Beaumarchais -el autor de Las bodas de Fígaro- a un duelo literario, porque él había dicho que la Comedie francesa no debería llevar a escena obras escritas por mujeres. Olympe se prometió que si ganaba usaría el dinero como dote para que seis mujeres jóvenes pudieran contraer matrimonio, Beaumarchais no se molestó en contestar.

En sus obras, pero también en sus tratados políticos, de Gouges combatió por esa esquiva igualdad universal de la que se jactaban los revolucionarios franceses. En ese sentido, fue la primera en advertir que la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano parecía obviar a la mitad del género humano; para llegar a tal conclusión solo había tenido que observar la precaria situación en la que vivían muchísimas mujeres de su entorno y hacer memoria de su pasado. Decidida a remediarlo, publicó la que sería su obra cumbre: la Déclaration des droits de la femme et de la citoyenne (Declaración de derechos de la mujer y de la ciudadana), un manifiesto que seguía el esquema de su predecesor y en el que Olympe exigía con rotundidad un sistema jurídico basado en la igualdad fundamental entre hombres y mujeres.

A diferencia de otras mujeres revolucionarias, como Madame Roland, Olympe sostenía que las mujeres debían tener voz en la política y un lugar en la Asamblea. Roland había declarado mansamente: “No queremos otro imperio que el gobernado por nuestros corazones ni otro trono que dentro de los vuestros”. Según el historiador Jules Michelet, de Gouges habría contestado: “Las mujeres tienen el derecho de subir al cadalso; también deberían tener el derecho de subir a la tribuna”.

Fue guillotinada el 3 de noviembre de 1793 en la Plaza de la Concordia –París-. Su hijo, Pierre Aubry, poco después de la ejecución renegó de las ideas de su madre para no comprometerse ante las autoridades.

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