La revolución de un clásico: el metegol
Si bien fue patentado inicialmente en Inglaterra, el fútbol de mesa nació como un bálsamo para niños y adultos durante la Guerra Civil Española.
Tiene lógica. Si el fútbol es una invención de los ingleses, resulta natural que el metegol (o table football) fuera patentado por el británico Harold Searles Thornton durante 1922. Según esa saga de origen, Thornton recibió la iluminación mirando una caja de fósforos y preguntándose si era posible imaginar un partido de “fútbol en caja”. Así, armó una disposición estratégica (en la cual la línea de defensa incluye al arquero) que más tarde fue importada a los Estados Unidos con el nombre de foosball. La historia española, sin embargo, es más apasionante.
Más y mejor conocido como Alejandro Finisterre, Alexandre Campos Ramírez nació en la villa de Fisterra durante 1919. Muy pronto se trasladó a La Coruña y en la adolescencia se instaló en Madrid, donde comenzó a relacionarse con el ambiente artístico y político. Se convirtió en poeta y anarquista, vislumbró su futuro como editor. En noviembre de 1935, un bombardeo franquista lo sepultó bajo los escombros y debió ser trasladado como herido de gravedad al hospital de Montserrat. Allí, mientras se recuperaba entre otros convalecientes de la Guerra Civil Española, advirtió que muchos heridos y mutilados ya no podrían jugar al fútbol.
“Era el año 1937”, dijo Finisterre en una entrevista para el diario La Vanguardia de Barcelona. “Me gustaba el fútbol, pero yo estaba cojo y no podía jugar... Y, sobre todo, me dolía ver a aquellos niños cojitos, tan tristes porque no podían jugar al balón con los otros niños. Y pensé: si existe el tenis de mesa, ¡también puede existir el fútbol de mesa! Conseguí unas barras de acero, y un carpintero vasco refugiado allí, Javier Altuna, me torneó los muñecos en madera. La caja de la mesa la hizo con madera de pino, creo, y la pelota con buen corcho catalán, aglomerado. Eso permitía un buen control de la bola, detenerla, imprimir efectos...”.
Con la mano práctica de aquel carpintero vasco, Finisterre armó la primera versión y la patentó en enero de 1937, por consejo del político y sindicalista anarquista Joan Busquets. Aún sin producirse a escala industrial, el futbolín cruzó a Francia con los exiliados trotskistas y poco a poco comenzó a llegar a toda Europa. Hacia 1952, finalmente, Finisterre emigró a Latinoamérica y llevó los planos de su juego a cuestas. El inventor viajó de Ecuador a Guatemala, donde no solo perfeccionó su creación con barras de acero y madera de caoba, sino que jugó partidas inolvidables con el Che Guevara y su esposa, Hilda Gadea.
Después del golpe de Estado de Castillo Armas, Finisterre fue atrapado y embarcado por agentes de Franco con destino a España para ser juzgado. Sin embargo, armado con una bomba ficticia de jabón envuelto en papel de aluminio y cables, logró hacer aterrizar el avión en Panamá y partir desde allí hacia México. Allí desarrolló su oficio como editor y publicó a más de 200 poetas exiliados. Su invención, mientras tanto, ya estaba en todos lados.
“Bah, de no inventarlo yo, lo hubiese inventado otro”, solía decir Finisterre, humilde. Amigo de poetas célebres como León Felipe y Juan Larrea –quien después llegó a vivir a nuestra Córdoba y resultó abuelo de otro poeta como Vicente Luy–, el creador del metegol regresó a su país después de la muerte de Franco y continuó escribiendo como miembro de la Real Academia Gallega.
“Yo creo en el progreso”, dijo, poco antes de morir. “Hay un impulso humano hacia la felicidad, la paz, la justicia y el amor, ¡y ese mundo un día llegará!”. Su invención es parte de esa felicidad.