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La tragedia de Charles Lindbergh

En 1932, el hijo recién nacido de uno de los aviadores más famosos de todos los tiempos fue secuestrado. Luego de una dificultosa negociación, ocurrió el más trágico de los desenlaces.

Una noche de 1932 desapareció de su cunita el pequeño Charles Lindbergh Jr. Parecía el más terrible de los cuentos infantiles. Era el hijo de una pareja de la alta sociedad norteamericana, el piloto Charles Lindbergh, auténtico héroe nacional, y su esposa Anne Morrow, millonaria, escritora y aviadora a su vez.

Quedaron unas grabaciones en las que se veía a Anne paseando el cochecito del bebé por el jardín interminable de la finca, en compañía de un muy elegante terrier escocés. Se ve sonriendo a ese bebé de rizos de oro que mira a su madre como hipnotizado. Tenía 20 meses cuando unos desconocidos se encaramaron con una escalera hasta el segundo piso de la mansión de fin de semana y entraron en el dormitorio. Los padres estaban conversando en el lujoso living, quizá escucharon un ruido pero no le dieron importancia, siguieron bebiendo whisky, mientras su hijo era arrancado de entre las sábanas bordadas de la cuna. Los raptores no dejaron tras de sí más rastro que una nota en el alféizar de la ventana, escrita en un inglés bastante deficiente, en la que se reclamaba un rescate de 50.000 dólares en oro.

Charles Lindbergh era uno de los hombres más famosos del mundo, fue el primer piloto en haber cruzado el océano Atlántico uniendo América con Europa en un vuelo sin escalas, hecho en 1927. Era una gesta que parecía imposible, que le tomó 33 horas de vuelo, sin paracaídas, con mala visibilidad y sentado en una silla de mimbre para que su incomodidad le impidiera dormirse. Tuvo un regreso con gloria a los Estados Unidos, el gobierno le organizó una gira por todos los estados de la Unión, se calcula que uno de cada cuatro norteamericanos lo había visto personalmente. Era un verdadero héroe nacional. Alto –casi dos metros–, rubio y muy desenvuelto, Hollywood soñaba seducirlo con sus millones.

En su viaje a México conoció a Anne Morrow, hija del embajador de Estados Unidos en ese país, licenciada en Filosofía y Letras por el Smith College y escritora. Charles pronto le inocularía la pasión por volar. En 1930 ella se convirtió en la primera mujer que obtenía una licencia de piloto en los Estados Unidos. Se casaron al poco tiempo. El marido declararía a la prensa norteamericana: “Mi mujer ideal procede de una familia sana. Habiendo sido criado en una granja de animales, soy plenamente consciente de la importancia de la herencia”. La prensa de todo el mundo publicaba fotos de la pareja volando en su propio hidroavión, el Lockheed Sirius, y aterrizando en cualquier parte del planeta. “El Águila Solitaria y su compañera”, les llamaban.

El caso del secuestro de Charles Jr. llegó pronto a los medios y una epidemia sensacionalista atacó a la prensa norteamericana. La Policía armó un gigantesco operativo con ramificaciones internacionales. Lindbergh prefirió dejar las negociaciones en manos de su abogado, el doctor Condom, que se reunió con uno de los supuestos secuestradores en el cementerio y le entregó el botín solicitado. Sin embargo, el pequeño nunca fue devuelto a sus padres.

Un mes y medio más tarde del secuestro, el cadáver del bebé apareció semienterrado en un bosque. Presentaba dos fuertes golpes en la cabeza y un avanzado estado de descomposición. Se detuvo a un sospechoso, Bruno Hauptmann, un alemán que había cometido robos usando el mismo sistema de la escalera y que fue detenido cuando pagó en una estación de servicio con un billete de los que se habían entregado en el rescate. La Policía no tuvo dudas de que hubo otros cómplices que nunca fueron apresados. Una de las sirvientas de la mansión, que iba a ser interrogada, subió al desván y se bebió un frasco de limpiador de plata que contenía cianuro.

Rumores siniestros

Hubo otro rumor que rodó y dio al hecho un carácter más siniestro aún: Charles Lindbergh, defensor de la eugenesia, fue sospechoso de hacer que su hijo, seriamente aquejado al parecer de una grave deformidad física que le resultaba intolerable, desa­pareciera y fuera internado para siempre en un centro. Lo que no explicaba esta tétrica versión era el porqué del asesinato de la criatura.

El matrimonio decidió mudarse de esa lujosa mansión, que se había convertido en una suerte de palacio maldito, un lugar en el que la riqueza no podía evitar la desgracia. Nunca más volvieron a ser los mismos.

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