Los últimos días de Federico García Lorca

Las circunstancias que rodearon al fusilamiento del gran poeta español aún tienen forma de pregunta, pero hayalgunos hechos que están fuera de discusión.

Pese a que los testigos discrepaban en algunos detalles y no se hizo una investigación judicial seria, hay algo que está fuera de toda duda: en la madrugada del 18 de agosto de 1936, el poeta Federico García Lorca fue fusilado en el barranco de Vizna, donde también fueron fusilados cientos de víctimas del franquismo.

Hay una famosa foto en la que se ve a Federico García Lorca y a Luis Buñuel montados sobre un avión de cartón. Aunque, años ­después, el director de cine se burlara de expresiones como “claveles de sangre” y “espuelas de luna” —presentes en la poesía lorquiana—, reconoció que gracias a Lorca supo de verdad lo que es la poesía: “Fui transformándome poco a poco ante un mundo nuevo que él iba revelándome día tras día”. Se habían conocido en la Residencia de Estudiantes de Madrid —donde también se hicieron amigos de otro personaje excéntrico y genial que luego ganaría fama mundial: el pintor Salvador Dalí—. Ya por entonces Federico tenía un sueño al que dedicó todas sus energías para concretar: crear un teatro que representara de pueblo en pueblo las grandes obras de los clásicos españoles. “La Barraca”, se llamó y fue el ámbito en el que nacieron las principales obras de teatro de Federico García Lorca. Su popularidad se extendió por toda España y, ya en 1929, se le rindió homenaje en Fuentevaqueros, el pueblo donde nació el 5 de junio de 1898.

Los familiares de Gabriel Perea fueron los caseros de la Huerta de San Vicente desde 1925, cuando fue adquirida por Federico García Rodriguez —padre de Federico García Lorca—. En agosto de 1936, los falangistas asaltaron esa casa de campo en tres oportunidades, buscando al casero a quien acusaban de “rojo”. En las dos primeras oportunidades el perseguido logró eludir la pesquisa, pero, en la tercera vez, Gabriel Perea fue atado a un cerezo y golpeado salvajemente para que confesara el paradero de sus hermanos, desde hace tiempo fugitivos y acusados falsamente de haber matado a un alcalde franquista. Luego de ese terrible episodio, Federico se refugió en la casa de su amigo el poeta Luis Rosales, cuyo hermano, José, era jefe de la Falange de Granada. Pensó que allí estaría a salvo. Ilusión que rápidamente fue destruida: Ramón Ruiz Alonso, un extipógrafo, y entonces diputado del Partido Demócrata, lo había denunciado como comunista. Lo arrancaron de la casa en la que estaba guarecido, fue un operativo que implicó un gran despliegue de las fuerzas policiales.

En los días que serían sus días finales, Federico García Lorca proyectaba la puesta en escena de Los sueños de mi prima Aurelia y La casa de Bernarda Alba, así como una película que tenía las corridas de toro como tema central. Estaba pronto para publicar dos libros de poemas: Suite y Poeta en Nueva York. Le había dado a un amigo el manuscrito de El público, una obra que se estrenaría 50 años después de su asesinato y que es considerada una de las mayores obras del teatro español del siglo veinte. La pieza, en la que se alude a la homosexualidad y a las tensiones que genera la ceremonia teatral, fue versionada por el director catalán Lluís Pascual, con el papel protagónico a cargo del inolvidable Alfredo Alcón. Fue estrenada en el Teatro Piccolo, de Milán, y luego en Madrid.

El asesinato de Federico García Lorca no había sido casual. Tenía un claro compromiso político con las ideas del Frente Popular, una visión sobre las profundas transformaciones sociales que necesitaba la sociedad española y que ya habían sido manifestadas sin ambages durante los años del gobierno de José Antonio Primo de Rivera, fundador en 1933 de Falange Española. Según su biógrafo, Ian Gibson, la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) lo tenía en la mira como un subversivo “incurablemente infectado de comunismo”. En la película documental El mar deja de moverse —estrenado en 2006 y dirigida por Emilio Ruiz— se dice que el crimen fue instigado por miembros de las familias ricas de la vega de Granada, donde tenían propiedades los familiares del poeta.

En el certificado de defunción que recién se extendió cuatro años después del fusilamiento, se lee que Lorca murió como consecuencia de “heridas producidas por hecho de guerra”. Nadie creyó en el rumor que quiso esparcir Francisco Franco, según el cual Federico García Lorca había muerto en una riña de gitanos. El dictador quedó para siempre con sus manos tintas en sangre de poeta.

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