Mariana Finochietto, una poeta de City Bell

Nació en General Belgrano, pero vive actualmente en el Norte platense, donde coordina talleres de exploración literaria.

Estudió Letras, Bibliotecología y Filosofía. Es poeta, publicó Cuadernos de la breve ceguera, Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio, y La hija del pescador, de editorial La Magdalena, en 2016.

La vida de Mariana Finochietto cambió cuando en la biblioteca de su pueblo, siendo adolescente, encontró la antología del poeta platense Roberto Themis Speroni hecha por otra platense, Ana Emilia Lahitte, y sintió que allí había un idioma distinto, que podía comprender sin tener que preguntarse por qué: la poesía.

—Uno de tus poemas empieza: “Soy mujer y soy triste”. ¿Con qué otras pinceladas podrías completar tu autorretrato?
—Las pinceladas siempre tienen claros y oscuros, relieves y profundidades. Se es una suma de infinitas instancias y a la vez se es un pedacito de nada. Pienso que podría definirme como una mu­jer que ha aprendido a vivir en estado de serenidad, y que eso le ha llevado un muy largo camino. Si quisiera pintar mi retrato, seguiría el precepto de Picasso: la calidad de un gran pintor depende de la cantidad de pasado que lleve consigo.

—Más allá de la tristeza, en otro poema decís que aprendiste a reír. ¿Qué cosas te enseñaron a reír?
—Soy muy afortunada: tengo una familia amorosa, tengo y tuve grandes amigos, mis hijos han sido mis grandes maestros. Tengo placeres sencillos. Me gusta dedicarme al jardín, sacar yuyos, mirar lo que crece. Soy feliz sentada en el living mirando televisión con una copa de vino, o mirando cómo leva un pan.

—¿Cómo reconocer a un poeta?
—Por la mirada de asombro frente al mundo.

—La maternidad, que es, por excelencia, un hecho poético, en vos obró como una interrupción. ¿Cómo recuperaste la pasión de escribir?
—Dejé de escribir porque me vencieron los mandatos, que siempre fueron tan fuertes para las mujeres de mi generación. Me dediqué a “lo importante”. Y la escritura siempre faltó en mi vida, era como llevar un miembro fantasma. En el 2014 una serie de sucesos desafortunados me provocó un pico de estrés, y el estrés, una miopía que me dejó a oscuras. Tengo un cuerpo que habla por mí, y en ese momento mi cuerpo estaba gritando que necesitaba algo, de manera urgente. Me escuché, me di permiso. Y volví a escribir. Y no paré nunca más. Ojalá no me detenga nunca.

—¿Cuáles son los lugares de La Plata más significativos en tu vida?
—El primer lugar en el que pienso es en una clínica, ya cerrada, donde la mayor de mis hijas estuvo internada por un mes, hace 22 años, y donde pasé la angustia más grande mi vida, y experimenté luego una de las felicidades más grandes. Me encantaba llevar a mis hijos al Museo de Ciencias Naturales, creo que finalmente iban para acompañarme a mí. City Bell, el lugar en donde vivo desde hace 20 años, es un lugar hermoso. Me da el equilibrio que necesito entre pueblo y ciudad. Caminar por la calle Pellegrini en otoño es mágico.

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